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Historia y comercio

Los 5 caravasares más fascinantes de la legendaria Ruta de la Seda

Los albergues para viajeros y caravanas de la famosa ruta forman parte de un paisaje enigmático y hermoso. Recorremos Irán, Armenia, Siria e Israel en busca de unos lugares que, en su día, marcaron el comercio mundial, así como propagaron cultura, religión y tradiciones centenarias.

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Algunos se encuentran en ruinas, en medio de la nada. Otros, mucho mejor conservados, incluso en pleno funcionamiento y con sus propios museos y comercios en el interior de las arcadas. Son los caravasares, los albergues que hace siglos acogían a los viajeros y comerciantes de la ruta de la Seda, construcciones que, con diferentes estilos arquitectónicos, jalonaban buena parte de Capadocia, Persia, Sumeria y otras tantas regiones del Próximo y Medio Oriente.

Visitar alguno de los países por los que transcurría tanto la ruta principal como sus infinitas bifurcaciones, con caminos que subían hacia el Caúcaso o que se internaban por Oriente Próximo camino de Alejandría, permite al amante de la arqueología entrar en sus dependencias, observar con detenimiento cómo se levantaron, muchas veces en lugares muy inhóspitos, e imaginar una pernocta en una de ellas.

De los cinco que hemos elegido para esta ruta de caravasar en caravasar, el más enigmático quizás sea la de Selim, en Armenia. No es difícil llegar hasta él, ya que hay una carretera, generosa en curvas y, sobre todo, en vistas deslumbrantes, que asciende sin prisa pero sin pausa a las altas montañas del centro del país, en el camino que, mucho después, acabará en el lago Seván, con la ciudad de Martuni como primera visita.

El príncipe Chesar Orbelian fue el responsable de dar la orden de su construcción en 1332. Una inscripción en su puerta en armenio y árabe así lo deja reflejado, y tampoco faltan inscripciones en persa a lo largo del edificio. Este no se encuentra en demasiado buen estado, y los turistas pueden acceder a él sin prácticamente ningún tipo de control, por lo que está en manos del sentido común del viajero, que no siempre abunda. En su interior es interesante observar la disposición de las naves, en paralelo: una para los caballos, otras para las mercancías y la central y más ancha para los viajeros.

Mucho mejor conservado se encuentra el de Khajenazar, en Irán. Situado junto a las montañas que circundan el río Aras, hoy es punto de paso en la frontera entre este país y Azerbaiyán, situada a poca distancia de las ciudades de Jolfa y Culfa. Llama la atención por su disposición en una plaza cuadrangular, con las diferentes arcadas, de grandes piedras y arcos típicos árabes, rodeando todo el perímetro. El contraste con las montañas es muy bonito.

Tanto como ver el caravasar de Qalat el-Mudiq. Desgraciadamente, la guerra en Siria impide que se pueda acceder hasta aquí, en un valle a medio camino entre Homs y Aleppo. Quienes tuvieron la suerte de visitarla antes del conflicto, pudieron maravillarse ante la fortaleza medieval junto al río Orontes, sobre lo que fue la ciudad de Apamea, y cuyas ruinas se encuentran expuestas en medio del antiguo albergue de viajeros.

Sí es visitable, en cambio, el Caravasar de los Pilares, el más grande y mejor preservado de Israel, situado en la ciudad vieja de Acre. Considerado uno de los proyectos más importantes del periodo otomano de Palestina, fue levantado en 1784 y destaca en su construcción las cuarenta columnas de granito que fueron traídas aquí desde Cesárea, Atlit y monumentos de la propia Acre. Hoy es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El albergue como tal se corresponde con la segunda de sus plantas, ambas con una perfecta arcada.

Por último, volvemos a Irán. Toda la región que rodea a la actual ciudad de Isfahán es rica en antiguos caravasares. Los hay hermosos, como palacios, ricos en mármol como el de Shah Abbas, en plena ciudad, pero quizás los más interesantes son los que están en medio del desierto. Es el caso del de Neyestanak, en el centro geográfico del país.

Se encuentra en un pequeño pueblo de menos de 200 personas y mantiene en muy buen estado sus arcadas, las habitaciones en la que los viajeros pasaban la noche y su patio central, todo construido en piedra y con una única planta, a diferencia del israelí o del propio de Shah Abbas. Sentarse en él al atardecer es uno de los tesoros que cualquier viajero se lleva para siempre en su memoria.

Más información:
Turismo de Irán
Turismo de Israel
Armenia Tour

 

 

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