Los caminos de Irene y de Julio, los personajes de Georgina Amorós y Franco Masini se cruzan de modo inesperado. O quizá no tanto, porque es para eso, para que ocurra lo inesperado, para lo que Irene abandonó su pueblo natal y se aventuró a irse a Madrid a cumplir su sueño de ser directora de cine. ¿El pueblo? Pongamos cualquiera porque, aunque no sea el caso, podría ser el que el propio Montero dejó atrás un día con idéntico cometido, cumplir el sueño de hacer cine desde detrás de las cámaras. Irene, por lo tanto, es un poco él, pero también lo es Damián, conocido por todos como Da, el personaje al que defiende espectacularmente el actor Carlos González.
A Da su familia no le quiere tal y como es, por eso se ha ido a Madrid, porque escribe la vida tanto como la vive y ha decido que para lo primero, igual que para lo segundo, debe ser libre y eso implica, inevitablemente, poder explorar sin complejos ni juicios externos su propia sexualidad. De eso, por propia experiencia, también sabe Carlos Montero, "Madrid era otro mundo, aunque cuando yo llegué en los 90 aún había que pulsar un timbre para entrar en un local de ambiente". Julio, más alejado de universo vital del director, ese chico sin rumbo que se va dejando llevar por la vida, en el que Irene ve a un buen protagonista para su corto, pero del que se acaba enamorando.
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Estos personajes, con los que el cineasta se ha permitido un viaje parcialmente inspirado en su asalto a la capital en el pasado, no están solos. De hecho, están muy bien acompañados, por una pandilla de amigos que también luchan por encontrar su lugar en el mundo, con parada previa en la facultad de Comunicación Audiovisual. Blanca Martínez es Jimena, Roser Vilajosana es Adri y Albert Salazar es Fer. Este último es uno de esos daños colaterales que tiene crecer, concretamente, el del amor de juventud que parece no tener lugar en la nueva vida recién estrenada, aunque no por ello deje de importar ni de doler. Por eso quizá Fer acabará viajando a Madrid detrás de Irene, como dice Salazar "no lo hará por motivos profesionales como los demás, lo hará por amor". Pero, ¡caray! Qué duro ser y sentir ese amor cuando Julio, la novedad, la mirada tierna de sensibles lágrimas, el adonis de cuerpo improbable por el número de músculos que marca entra en escena.
Adri no está para tonterías, lo explica bien Roser, "ella quiere ser directora de foto, no está para romances" y menos para los ajenos, "tiene una misión y no quiere perder el foco". De eso de estar con el foco en el lugar adecuado también sabe mucho Jimena, por eso lo suyo es la producción, o sea, el arte de que todo salga como debe, pero Blanca Martínez sabe que su personaje "no puede evitar que la vida vaya por donde a ella le de gana" sin tener en cuenta que las cosas no siempre son lo que tendrían que ser.
Compartí piso en la universitaria con Amenábar y Mateo Gil, ellos triunfaron muy pronto y era inevitable compararse
Así va toda la pandilla, haciendo lo que pueden en un duelo que enfrenta amistad, creatividad, amor, talento y frustración por la búsqueda de un éxito que, o no llega, o no brilla tan bonito como en la imaginación anterior a su materialización real. A Carlos Montero esto no le resulta en absoluto ajeno porque, como él mismo confiesa, tuvo "compartí piso en la universitaria con Amenábar y Mateo Gil, ellos triunfaron muy pronto y era inevitable compararse" y eso le generaba frustración.
Es curioso que aquel círculo encuentre en 'Todas las veces que nos enamoramos' un cierre, porque Mateo Gil dirige varios de los ocho capítulos y Alejandro Amenábar hace un cameo que tendrá que ver con los Goya y es doblemente significativo porque su ópera prima, Tésis, está muy referenciada en la serie. Ambos, Mateo y Alejandro, al igual que el propio Carlos, debieron experimentar, como estudiantes, los límites que el sistema les ponía haciendo difícil que demostraran lo que valían. Eso se representa en la serie con mini papel del profesor cenizo más esmerado en poner barreras que oportunidades al que interpreta el gallego Xacobe Sanz.
A Montero el éxito le llegó más tarde, ya cumplidos los cuarenta y de la mano de Netflix. Pero a Irene, su alter ego en la serie, parece no llegarle nunca, y eso hará que vierta sus demonios sobre Julio haciendo que su relación cargue con injustos pesos que podrían quebrarla mientras ellos se mecen a ambos lados del filo de un abismo marcado por la infelicidad crónica de ella y las peligrosas adiciones de él.
Como contexto, los primeros dosmiles permitieron tirar de realidad a los guionistas, que se lanzaron a utilizar los atentados del 11 de Marzo de 2004 como nexo entre algunos de los personajes, pues Da, Irene y Julio iban en uno de los trenes. De algún modo, eso se convierte en un lazo de por vida para ellos, un trauma que los ata para dificultar aún más el devenir de sus propias emociones en el sinuoso camino hacia la madurez.