La respuesta en contra del laicismo propuesto por el Gobierno de Azaña llegó muy pronto a través de las urnas, en una confederación de partidos católicos y de derechas que iba a marcar el siguiente bienio: la CEDA. "La CEDA fue una reacción organizada, estructurada, para defender los intereses de la Iglesia católica frente a todos los ataques que estaba sufriendo por parte de la legislación republicana del primer bienio", señala Ángeles Egido, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED.

José María Gil-Robles, el líder de la CEDA, fue un malo malísimo para buena parte de la izquierda y un bueno buenísimo para su hijo, Álvaro Gil-Robles, quien defiende que su padre era un "profundo demócrata". Sin embargo, aunque considera "una torpeza de la izquierda" el que "se centraran exclusivamente" en el laicismo, reconoce que "tampoco ayudó mucho la Iglesia española, que era radicalmente insoportable en aquella época y nunca entendió nada de lo que era el necesario progreso social del país".