Al estilo 'Make America Great Again'
Patriotismo con 'casco' MAGA y chaleco fluorescente: el nuevo 'soldado' de la guerra comercial de Trump
Los detalles El look de Brian Pannebecker parece sacado de una protesta improvisada, pero su mensaje es rotundo: defender a EEUU del declive industrial, de la globalización y de los migrantes.

Lleva una gorra roja con el ya mítico eslogan 'Make America Great Again', un bigote rubio al estilo Hulk Hogan y un chaleco reflectante de los que se guardan en la guantera "por si acaso". Pero Brian Pannebecker no está aquí por seguridad. Está aquí para luchar. Para defender a Estados Unidos, dice, de la desindustrialización, de la globalización… y también, aunque no lo diga tan alto, de los migrantes.
"Apoyamos al 100% las políticas de Donald Trump sobre aranceles", afirma sin titubeos. Lo dice pocas horas después de que el presidente declarara una nueva ofensiva en su guerra comercial.
Mientras muchos economistas advierten del daño que puede causar esa estrategia a la economía estadounidense —más inflación, represalias, pérdida de competitividad—, Pannebecker y miles como él no lo ven así. Para ellos, los aranceles no son un riesgo, sino una necesidad patriótica.
De las fábricas a los mítines
Pannebecker trabajó durante 36 años en la industria automotriz, primero en Chrysler, luego en Ford. Lo vio todo: el auge, el estancamiento y el éxodo. "Sé lo que os hace feliz de este país y es ir a trabajar y traer dinero a casa", grita desde un mitin sindical. "¡Sois unos grandes trabajadores patriotas!"
En menos de dos décadas, Ford pasó de tener 87.000 empleados en EEUU a menos de 57.000. Las fábricas se fueron, las ciudades se vaciaron y los sueldos bajaron. En ese vacío, figuras como Trump —y seguidores como Pannebecker— encontraron terreno fértil para un nuevo tipo de populismo: industrial, nacionalista y profundamente emocional.
En 2020, Pannebecker fundó 'Auto Workers for Trump', una organización que se define como un colectivo de "trabajadores patriotas" y que promueve el regreso de la producción al país, incluso si eso implica romper tratados internacionales, subir precios o tensar relaciones con aliados.
La economía como trinchera
Para esta base obrera, los aranceles son algo más que un instrumento económico: son un símbolo de recuperación y castigo. Castigo a las élites que, según ellos, deslocalizaron empleos sin mirar atrás. Castigo a las empresas que prefirieron producir barato fuera. Y castigo a los gobiernos que, tanto demócratas como republicanos, permitieron que eso ocurriera.
Stephen Miller, asesor clave de Trump y artífice de muchas de sus políticas más polémicas, lo expresó con claridad: "Las empresas tendrán que traer la producción de vuelta. Así no dependeremos de nadie más". Para Miller —y para Pannebecker— el libre comercio no solo debilita la economía, sino también la seguridad nacional.
Entre el resentimiento y el extremismo
Pero el caso de Pannebecker no es solo el de un trabajador desilusionado. También es el de alguien que ha hecho de su frustración una bandera ideológica. Sus discursos no se quedan en lo económico. Ha llamado a Barack Obama "estafador racial", ha criticado a los sindicatos tradicionales por "blandos" y en 2001 elogió públicamente un libro del exlíder del Ku Klux Klan, David Duke.
Su defensa del proteccionismo va de la mano con una visión excluyente de lo que significa ser estadounidense. En sus declaraciones, se mezclan las críticas al libre comercio con ataques a la migración y un resentimiento evidente hacia las minorías que, según él, "han recibido más apoyo que el trabajador blanco".
Un país fracturado
La figura de Pannebecker ayuda a explicar por qué, pese a sus promesas incendiarias, Donald Trump mantiene un apoyo firme en amplios sectores del país. Especialmente entre quienes vieron desaparecer empleos, sueños y certezas. En lugares donde la globalización no trajo innovación ni oportunidades, sino fábricas cerradas y barrios enteros en ruinas.
Es ahí donde la guerra comercial de Trump, por dañina que pueda ser en términos macroeconómicos, se convierte en algo más profundo: una cruzada emocional, una promesa de revancha y una ilusión de pertenencia.
Y ahí, en medio de esa rabia y ese orgullo herido, brillando con su chaleco reflectante, está Brian Pannebecker. No es un político. No es un economista. Pero hoy, en el corazón industrial de Estados Unidos, es un símbolo.