"No sé ni por dónde empezar a comentar todos los fallos que te he visto cometer", reprocha Héctor Pérez, dueño y gerente de Forno de Lugo, a Diego, el panadero de su obrador más emblemático, el de Castroverde (Lugo). "Es el corazón. Un fallo allí repercute en el resto de tiendas", le explica. Y es que él ha sido testigo en primera persona de todos esos errores gracias a su infiltración, en el que jugó el rol de un aprendiz.

El jefe está muy preocupado y así se lo hace saber a su empleado. "Ni siquiera me diste la ropa de trabajo", le reprocha. Aunque eso no es nada con la inexacta manera de llevar a cabo las recetas y la imprecisión en las medidas y las cantidades. "Y cuando íbamos mal de tiempo, te saliste a fumar. ¿Eso te parece normal?", le pregunta.

Pero Héctor no ha acabado de hacerle ver sus fallos. "Te he visto hacer algo que, de repetirse, marcaría el fin de tus días en el obrador. No me has exigido que me lavara las manos y he sacado unas cáscaras de huevo del bol con la mano delante de tus ojos", le asegura. "Si algún día tienes a un trabajador a tu cargo y pasas por alto esta norma, será un antes y un después en nuestra relación laboral".

Diego se defiende de las acusaciones, y el dueño de Forno de Lugo, cambia el tono. "Quiero darte la enhorabuena porque respetas los valores de la empresa, lo artesanal y lo tradicional sobre todo. Además, has tenido mucha paciencia y siempre sonríes, lo que repercute en un excelente ambiente laboral". El jefe infiltrado acaba reconociendo que cree que es "un gran trabajador".