Aunque los días previos a que estallara la Guerra Civil española el ambiente ya estaba enrarecido y podía olerse que algo estaba a punto de ocurrir, nadie imaginaba que se podría llegar a los extremos que se llegaron. "Tenemos que estar convencidos de que nadie puede pensar que aquí habrá una guerra, que aquí llegarán bombardeos. Eso, en julio, el 18, 19, 20, 21, 22 o 23 de julio del 36, no se piensa", asegura Javier Cervera, doctor en historia y ciencias de la información de la UCM a Boris Izaguirre.

"La noche del 6 al 7 de noviembre del 36, el ejército de Franco, que viene desde Toledo, rodea la ciudad por el sur, este y el oeste. Se instalan en la Casa de Campo unas baterías de artillería en el Cerro de Garabitas, y ahí es donde comienza. Y luego, otras baterías en el Cerro de Los Ángeles, en la zona sur. Y esas son las baterías de artillería que van a lanzar obuses sobre la ciudad", cuenta el experto mientras pasea con el presentador de 'Desmontando' por uno de los enclaves de la ciudad que más castigado por los bombardeos, la Gran Vía, también conocida por aquellos entonces como "la avenida de los obuses" o "la avenida del 15 y medio" (el calibre más habitual de los proyectiles).

Hasta ahí llegaban los proyectiles que se lanzaban desde el Cerro de Garabitas "casi diariamente, sobre todo, a la hora de la salida de los cines, a las 19 h". Los edificios que ahora podemos ver en la Gran Vía son, mayoritariamente, anteriores a la Guerra Civil, debido a que fueron protegidos "con muchos sacos terreros" que protegían las bases y las entradas.

Cervera da un escalofriante detalle de hasta qué punto los madrileños llegan a incluir en su rutina esta situación. "Empiezan a conocer o a manejar lo que es una situación de guerra. Empiezan a saber, por ejemplo, que los obuses cuando vienen, silban, avisan unos segundos antes. El obús hace un ruido de silbido cuando va volando. Y, por tanto, les puede dar unos segundos para intentar en ese momento apartarse del centro, lo que sea, y buscar o meterse en algún sitio para protegerse".

Con los ataques aéreos, las sirenas sonaban día y noche con un ruido estridente y los bombardeos no solían durar demasiado tiempo, debido a la escasa capacidad armamentística de los aviones de la época. Aunque esta situación se repetía en prácticamente toda la ciudad, hubo unas zonas más afectadas que otras. "Más en esta zona (Gran Vía), probablemente, de la que hubiera, por ejemplo, en el barrio de Salamanca. Ese barrio era menos bombardeado, porque era el barrio donde los franquistas sabían que había más partidarios propios, donde estaban las embajadas muchísimas veces y, por tanto, no conviene enfadar a los extranjeros bombardeando una embajada", cuenta el experto.

En aquellas zonas donde se desataba el infierno, los madrileños solían refugiarse en el metro.