Un asesinato planificado

La rutina diaria de Andrey Portnov entre La Moraleja y Pozuelo se convirtió en la trampa perfecta para sus asesinos

El contexto
El empresario ucraniano fue asesinado a tiros frente al colegio de sus hijas en Pozuelo de Alarcón (Madrid), tras semanas de vigilancia por sicarios que estudiaron su rutina diaria desde el barrio madrileño de La Moraleja hasta el colegio.

La rutina diaria de Andrey Portnov entre La Moraleja y Pozuelo de Alarcón

La rutina se convirtió en condena para Andrey Portnov. Cada mañana, sin excepción, el empresario ucraniano salía de su vivienda en La Moraleja, uno de los barrios más exclusivos y vigilados de Madrid, para llevar a sus hijas al colegio en Pozuelo de Alarcón (Madrid).

Ese trayecto, repetido durante años, fue estudiado al detalle por quienes querían matarlo. Este miércoles, a plena luz del día, varios sicarios pusieron fin a su vida a tiros junto a su vehículo, un Mercedes de alta gama, en lo que la policía considera un asesinato meticulosamente planificado.

Portnov llevaba tres años en España y mantenía un perfil extremadamente discreto. Vivía en una casa unifamiliar dentro de una urbanización de lujo con estrictas medidas de seguridad. Su día a día apenas variaba: salida puntual por la mañana, mismo coche, mismo recorrido, mismo destino. La cotidianidad, que podría haberle protegido, terminó siendo su punto más vulnerable.

Los investigadores creen que los autores del crimen estuvieron vigilando a la víctima durante semanas. Demasiado arriesgado actuar en La Moraleja, una zona con cámaras en cada esquina y poca circulación. En cambio, el entorno del colegio, más transitado, con múltiples posibles rutas de huida, ofrecía el escenario perfecto. Allí, en un momento cuidadosamente elegido, los sicarios interceptaron el coche y abrieron fuego.

Tras dispararle varias veces, los agresores desaparecieron rápidamente. Una de las vías de escape, según fuentes de la investigación, pudo ser la Casa de Campo, un extenso pulmón verde en el oeste de Madrid que ofrece cobertura natural y múltiples accesos y salidas. Hasta allí se siguió su rastro, que se desvaneció entre árboles y caminos sin cámaras.

Además de su vivienda en La Moraleja, Portnov poseía un apartamento en el centro de Madrid, en una de sus calles más lujosas. En esa dirección estaba registrado el Mercedes en el que fue asesinado. Este doble perfil —vida familiar en las afueras y base en el corazón financiero de la ciudad— apuntala la hipótesis de que su presencia en España, aunque discreta, no pasaba desapercibida para quienes querían localizarle.

Los investigadores centran ahora sus esfuerzos en identificar a los responsables. Se busca a dos o tres personas. Uno de ellos, según testigos y grabaciones de las cámaras de seguridad, es un hombre de mediana edad, vestido con chándal oscuro, riñonera cruzada y el rostro parcialmente cubierto con una gorra o capucha. La policía ha recopilado ya horas de grabaciones en un intento de reconstruir sus movimientos antes y después del crimen.

Lo que nadie duda a estas alturas es que la muerte de Portnov fue planificada al detalle. Lo estudiaron, lo esperaron, y eligieron el momento en que era más vulnerable: cuando cumplía con su papel de padre, cada mañana, como si nada fuera a cambiar.