Llegamos a Encinillas, en Segovia, un pueblo con menos de 300 habitantes censados. Allí conocemos a Ana María Cabeza y Gema Segoviano. Ellas llevan viviendo allí 13 años.

"En 2005 nos casamos, fuimos la primera pareja de mujeres que se casó en el Ayuntamiento de Segovia y más tarde nos vinimos a vivir a este pequeño pueblo", recuerda Ana, de Segoentiende.

Nos cuentan las dudas que les surgieron a los entonces 80 vecinos cuando se mudaron. "¿Qué sois? Madre e hija, tía y sobrina... nos preguntaban. Entonces, Ana, feliz y contenta, va y les dice: 'No, somos matrimonio y estamos casadas'", relata Gema, de Segoentiende.

Destacan que fue sólo cuestión de tiempo. "Vieron que teníamos nuestra vida habitual, que no hacíamos nada raro y empezaron a llamarnos las chicas", añade Ana.

Pero insisten, todo, incluido el proceso de visibilidad, se complica para el colectivo LGTBI en zonas rurales. "No queremos que nadie se tenga que volver a ir otra vez", asegura Gema.

Viajamos hasta Alcázar de San Juan, allí viven unas 30.000 personas, pero el colectivo LGTBI, indican, también está olvidado.

"No hay esa discreción que tú encuentras en Madrid, allí puedes vivir tu vida y nadie sabe quién es tu pareja. Aquí cuando uno sale del armario, sale toda la familia", declara Jesús Antonio Muñoz, de la asociación Plural LGTBI Mancha Centro.

Jesús y José Luis llevan 17 años juntos, visibilizarse en una zona rural como hombres gays, dicen, no fue fácil. "Siempre les quedaba la duda de qué habían hecho mal para que después de seis hijos fuera así", revela José Luis Pérez, de la asociación Plural LGTBI Mancha Centro.

Ahora, ambos trabajan para que nadie tenga que exiliarse por cuestiones de identidad de género u orientación sexual. "No tenemos sitios de encuentro para el colectivo LGTBI, en Castilla-La Mancha no tenemos una ley", dice Jesús.

Luchan cada día para que próximas generaciones LGTBI puedan tener una vida libre de discriminación en un lugar de La Mancha.