"Venga, chicos, venga. Id terminando de desayunar, que nos vamos. Y el final es: "¡Al coche ahora mismo!'". Como Carla, muchos padres y madres terminan gritando a sus hijos cuando no les hacen caso. "De repetírselo tantas veces pierdo los nervios", reconoce otra madre a laSexta. El trabajo, el estrés o los nervios son otros motivos que acaban pagando los menores en forma de gritos.

Daniel Bezares, a través de Desaprendo.com, ayuda a padres y madres a educar sin gritar, para mejorar las relaciones entre padres e hijos, sobre todo adolescentes. Cada día recuerda a los padres la importancia de no gritar para comunicarse, porque tiene efectos negativos en el desarrollo de los menores.

"Los gritos tienen un impacto directo en nuestros hijos. Si les gritamos, ellos también van a gritar. Por neuronas espejo nos van a imitar. Y además vamos a provocar baja autoestima o van a tener en un futuro dificultad para gestionar su propia ira si nuestra relación con ellos ha sido a través de los gritos", alerta el experto.

Una cosa es que se nos escape un grito en un momento puntual y otra muy diferente que sea algo continuado: utilizar la agresividad verbal y el miedo como forma de resolver los problemas. "Los gritos generan estrés, ansiedad, incluso depresión y trauma. Puede haber efectos en el largo plazo muy graves que nos hacen desconectarnos con nuestros hijos y que se enfríe la relación", incide Bezares.

El grito constante, una forma de maltrato

En la misma línea se pronuncia Sara Tarrés, psicóloga infantil y autora del libro 'Mi hijo me cae mal'. Cree que los gritos no sirven: "Puede frenar un mal comportamiento, pero a la larga esto no tiene ningún efecto, porque el grito no educa. Y a nivel emocional les puede generar miedo o rabia , a nivel social, como copian lo que realizamos, acaban replicando esa conducta con sus compañeros y se vuelven unos gritones o acaban ejerciendo este tipo de violencia verbal sobre los demás", explica.

La experta advierte además de que, cuando los gritos son habituales se convierten en maltrato hacia los menores. "Un grito habitual, constante y muy frecuente es un tipo de maltrato", asevera.

Ese pensamiento es compartido por la Fundación Words Matter de EEUU, que encabeza un proyecto, publicado en la revista académica 'Child Abuse&Neglect', que ha analizado 166 trabajos: pide que el abuso verbal infantil sea reconocido como "una forma de maltrato". Considera que las consecuencias pueden llegar a durar toda una vida y crear problemas emocionales y psicológicos que deriven en obesidad, abuso de drogas o autolesiones, según un comunicado de los responsables del estudio.

Cómo educar sin gritar

La buena noticia es que existen recursos para evitar llegar al maltrato y erradicar los gritos a la hora de educar, algo que se puede desaprender.

Es lo que propone Bezares a través de su programa: el especialista sostiene que es posible acabar con los gritos como forma de comunicarse en solo tres semanas. ¿Cómo? "Conociendo cuáles son nuestros disparadores, cuáles son los contextos que hacen que gritemos, cuáles son las cosas que nos alteran y cuando notemos ese impulso, la mejor herramienta es pararnos, respirar, identificar la emoción que estamos teniendo y si es necesario retirarnos de la escena", explica.

Para que nuestro cerebro vuelva a la calma, aconseja reflexionar y relativizar lo que está ocurriendo, porque seguramente "tenga menos importancia de lo que nos transmite nuestro cerebro". Las herramientas existen, ahora depende de nosotros intentar utilizarlas y aplicarlas, asimilando que el grito no añade y solo resta.