Las cámaras lo graban todo: a través de sábanas en forma de precarias lianas, dos jóvenes norcoreanas se descuelgan desde una cuarta planta. Les avisan: "¡Agárrate fuerte, con cuidado!". No hay lugar al miedo cuando se huye de años de secuestro y explotación sexual en minúsculos y repletos apartamentos chinos como del que han escapado.

"A nosotras nos llamaban 'Servicio de Sexo por Computadora'... ¡tan humillante!", denuncia una víctima. Al final de la manta las esperaban los enviados de una ONG cristiana que las ayudan a tocar tierra y a emprender una ardua fuga que durará meses hacia la libertad.

Huída que es, además, doble: miles de mujeres como ellas, y también niñas, después de escapar del régimen norcoreano caen en las garras de redes de trata chinas, que las venden por entre 600 y 4.000 euros, dependiendo de su edad y belleza.

"A mí me tuvieron encerada ocho años. Cuando no hacía lo que el jefe quería, me pegaba sin control", denuncia otra víctima. No es la única: "Yo intenté suicidarme: primero con una sobredósis y luego tirándome por la ventana."

Estas dos jóvenes están ahora a salvo en Corea del Sur, pero su historia es la de las tres cuartas partes de las desertoras norcoreanas, dobles víctimas de un negocio tan milmillonario como inhumano: el de la esclavitud (sexual) en China.