El accidente de metro más grave en la historia de España, el que conmocionó Valencia con 43 muertos y 47 heridos, cumple este domingo una década inmerso en una controvertida investigación judicial, un continuo cruce político de acusaciones y una muy lenta pero esperanzadora cicatrización entre las víctimas.
Aquel 3 de julio de 2006, a solo cinco días de que el Papa Benedicto XVI aterrizara por primera vez en España para clausurar en Valencia el Encuentro Mundial de las Familias (EMF), un convoy de la línea 1, la más obsoleta de la red metropolitana, descarriló en la curva previa a la estación de Jesús.
Eran las 13.03 horas y en los andenes esperaban su llegada unas 150 personas. El vuelco fue brutal y convirtió los vagones de la unidad y sus ventanales en una trampa mortal para los pasajeros, a treinta de los cuales se les daba ya por muertos a las dos horas del siniestro.
El maquinista estaba herido y las autoridades confiaban en que explicara qué había ocurrido, pero murió poco después. La investigación determinó que el convoy circulaba a 80 km/h (el doble de lo permitido) y una primera conclusión apuntó al conductor como único responsable de la tragedia, posiblemente a causa de un desvanecimiento.
Treinta de los 41 muertos de ese día -dos heridos murieron días más tarde- eran mujeres y dieciséis de las víctimas residían en Torrent, un municipio cercano a Valencia y destino final de uno de los ramales de la línea 1. El Juzgado número 21 se hizo cargo del caso y con él sigue.
Desde entonces ha tomado decisiones que no han satisfecho a la Fiscalía ni a la Asociación de Víctimas del Metro (AVM3J) ni a los partidos entonces en la oposición, mientras que el PP, en el poder cuando sucedieron los hechos y hasta 2015, se ha aferrado a ellas para justificar su actitud, de respeto a las víctimas pero sin buscar más responsables más allá del conductor y su excesiva velocidad.