Hay historias que sólo hay que escuchar: "En el 2009, el 4 de septiembre me acosté en la hamaca a darle de mamar al niño que tenía tres meses. Sentí una angustia bien fuerte en mi corazón y empecé a llorar y a llorar, y le digo a mi hija, me duele el corazón bastante".

Su hijo estaba muerto a 10 metros de su casa, unos pandilleros lo habían ejecutado."Salí corriendo, no me alcanzaban los pies pero salí corriendo, cayó una tormenta bien fuerte ese día, mi hijo estaba tirado, corría la sangre de él, corría... después como me desmayé ya no supe qué fue", añade esta mujer.

Cinco horas estuvo su hijo tirado en la calle, pero eso sólo fue el principio. Enseña imágenes del funeral de su hijo Juan Enrique, su hijo Franki y de su hermano.

Su hermano fue el último en caer. Cuando llegó a recoger el cuerpo, sus asesinos todavía estaban allí: "Llego el muchacho con el arma de fuego, me la puso en la cabeza, suéltalo me dijo o la mato aquí; mi hermano es una persona, no es un animal y yo le voy a dar tierra". Esa vez le perdonaron la vida, había llegado el momento de escapar.

En El Salvador hay una media de 15 homicidios diarios sólo víctimas de las maras. 190.000 personas son desplazados internos dentro de un país con apenas seis millones de habitantes. Al final, todos estos jóvenes, incluso familias enteras, tienen que huir de El Salvador y viajan hasta México o Estados Unidos.

María, su hija de 21 años, embarazada de ocho meses decidió acompañar a su familia por temor a ser la siguiente. Dos días después de llegar a México, dio a luz. "Me costó que me dieran a mi hija, no me la querían dar; yo podía salir del hospital pero mi hija no", recuerda. Le pedían 100 euros, todo el dinero con el que habían salido de El Salvador.

Volvemos al hotel, el coche va más en silencio que nunca, abrumados por historias a las que no estamos acostumbrados y una imagen, la de un niño de cinco años demasiado acostumbrado a jugar con la muerte.