7 de enero de 2020. Hace cuatro años el mundo se estremecía. Llegaban las primeras noticias del COVID-19 , un virus surgido al otro lado del planeta. Fue entonces cuando pusimos a Wuhan en el mapa, una ciudad inmensa, vacía y confinada.

Cifras de contagios de vértigo y hospitales construidos en días, eran los primeros efectos de un coronavirus hasta entonces desconocido. "No se sabía exactamente a lo que nos enfrentábamos. Además, la información que recibíamos desde China no era todo lo correcta que debía", explica a laSexta Amós García Rojas, miembro del grupo permanente para Europa de la OMS. "No se tomó en cuenta que podía tener la magnitud que tuvo", añade el epidemiólogo Daniel López Acuña.

El COVID-19 cruzó todas las fronteras, contagió a Europa y enfermó a España. Nos encerramos en casa y aplaudimos desde los balcones a los sanitarios. Combatimos un virus que nos sacudió la vida y que se llevó demasiadas por delante. "Si no hubiésemos confinado como confinamos, podríamos haber tenido casi 200.000 muertes más", apunta López Acuña.

Fueron los peores momentos de la pandemia. Los hospitales no daban más de sí y las cifras de contagios no paraban de crecer. Tampoco las cifras de muertes: en España fallecían más de 900 personas cada día, unas cifras que solo frenaron las medidas de contención y las vacunas. "Ha sido la gran herramienta que ha posibilitado que hayamos domesticado el virus", defiende García Rojas.

Ahora el escenario es distinto, convivimos con un virus que no ha desaparecido. "La COVID-19 sigue presente y no todo el mundo está adecuadamente protegido", añade el epidemiólogo López Acuña a laSexta. Menor gravedad y menor mortalidad, pero con los contagios al alza: los casos de COVID-19 en el mundo han aumentado más de un 50% en el último mes. Los expertos advierten: es evidente que habrá más pandemias. Cambio climático, pobreza, salud ambiental y un sistema sanitario que, insisten, debemos cuidar y no recortar.

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