Dicen que no hay verdadera desesperación sin esperanza, y esperanza, mucha fue la que se vendió desde las oficinas del Vicente Calderón en aquella fatídica temporada 1999-2000. Porque, tras un año complicado, se apostó todo al rojiblanco en la creación de un Atlético campeón que lejos de ganar terminó bajando a Segunda división.

Ese día, ya en un lejano mes de mayo del año 2000, se consumó en el Carlos Tartiere una de las mayores sorpresas del fútbol español. Una de las mayores decepciones para una de las aficiones más numerosa de España. El Atlético, campeón de LaLiga y la Copa en el año 1996, perdió la categoría cuatro años después.

La perdió con un equipo pensado y hecho para ganar. Para, al menos, regresar a la Champions League o poder pelear por entrar en ella. Pero no, desde el comienzo se vio que algo no pintaba como habían dicho que iba a pintar. El 'enfermo', como así se refería Claudio Ranieri al hablar del Atleti, no salió nunca de la UCI.

Ni Ranieri... ni Antic

El italiano era el entrenador. Lo había bordado en el Valencia, equipo con el que por cierto ganó la Copa del Rey ante precisamente el Atlético cuando ya se sabía cuál sería su próximo destino. Sin embargo, no terminó de cogerle el paso al equipo del Manzanares y en la jornada 26 fue cesado.

No mejoró la cosa con Radomir Antic. Se le eligió para, como la anterior temporada, atar la permanencia pero en esta ocasión no pudo obrar el milagro. En el Carlos Tartiere se produjo lo inevitable y fue el Oviedo de Luis Aragonés quien consumó la catástrofe.

Hasselbaink, Gamarra, Valerón, Juninho, Kiko...

En dicho partido, Jimmy Floyd Hasselbaink falló un penalti. El ariete holandés fue la joya de la corona de un proyecto que se hundió. Fue la imagen, el penalti fallado, de que cuando el mejor falla lo demás ni está ni se espera que esté.

Terminó con, ojo, 24 goles, cifra a la que casi ningún delantero del Atleti se ha acercado desde entonces.

No fue suficiente. Y eso que la plantilla era la que era. Molina y Toni Jiménez como porteros, en defensa jugadores como Aguilera, Chamot, Gamarra (de los mejores centrales del Mundial 1998), Capdevila e ilustres del doblete como Toni Muñoz, Santi y López. En medicampo, Baraja, Valerón, Juninho y Solari. Y arriba, el ya mencionado holandés y Kiko.

Claro que, aparte de ellos, había otros futbolistas como Philipauskas, Venturín y un Celso Ayala que no estaba precisamente en forma.

Por nombres, eso sí, era un equipo que nadie pensaba que pudiera bajar. El futuro de algunos de ellos, como por ejemplo Baraja, fue ganar Ligas con el Valencia. Valerón, Molina y Capdevila se fueron a un Deportivo que llegó a una semifinal de Champions, y el lateral catalán fue internacional y campeón de todo con España.

A Segunda, junto con Sevilla y Betis

Pero no era el año. La dinámica arrastrada desde la pasada temporada, con todo un Arrigo Sacchi en el banquillo y también con varios fichajes de renombre como Jugovic, ya presagiaba algo malo en el futuro que se vio agrandado por una grave crisis institucional, con el club intervenido y con Gil maniatado.

Así pues, el descenso llegó en Oviedo y tras 38 jornadas el Atlético terminó penúltimo con 38 puntos. Junto a los rojiblancos bajaron, ojo, Sevilla y Betis. Los dos regresaron tras un curso en Segunda, pero al Atlético le costó dos años volver.

De Fernando Torres a la era Simeone

Y más aún recuperar esa grandeza perdida. Poco a poco, y con Fernando Torres como denominador común en todo tanto por lo que dejó al club como jugador como lo que el Liverpool llegó a pagar por él, el Atlético construyó un equipo que pudo regresar a Champions League y que, con Simeone en el banquillo, estuvo cerca de ganar.

Veinte años han pasado ya desde uno de los descensos más inesperados de LaLiga. Porque, cuando las cosas no se hacen bien, el nombre y la historia que haya tras él son irrelevantes. Los Hasselbaink, Kiko, Juninho, Molina, Valerón y compañía formaron parte de un Atlético hecho para ganar y que acabó bajando a Segunda.