El famoso bigote de Dalí sigue intacto 28 años después de su muerte. Fue la última de las muchas excentricidades del genio de Figueres, ser embalsamado y que su bigote marcara eternamente las diez y diez.

"Tenía un producto, que lo compraba en Hungría, que era como una gelatina que le daba forma para que el bigote se mantuviese erecto o a las diez y diez. No sólo pusimos este producto sino que también lo fijamos con nobecutan", explica Narcís Bardalet, embalsamador de Dalí.

Salvador Dalí ha perpetuado sus extravagancias hasta después de muerto, siempre le gustó salirse de la norma. En su ciudad natal todavía recuerdan sus peculiares gustos.

En una de las tiendas de ropa Dalí mostraba siempre su obsesión por el blanco y los volantes, pedía ropa diferente. "Camisas que no fueran las que llevaban todo el mundo por la calle, quería de volantes, también nos pidió un pijama y un batín blanco, algo más difícil de encontrar, pero que también se consiguió", recuerda Ricardo, vecino de Figueres.

Los que le conocían estaban acostumbrados a sus rarezas. En Cadaqués, lugar donde tenía su casa Dalí, Luis Durán aún conserva intacto el reservado donde comía el pintor habitualmente. Dibujar sobre el mantel de la mesa y en servilletas era práctica habitual de Dalí: "Hacía muchos dibujos en el mantel, yo le dije a mi padre un día que mirara como estaba poniendo la mesa".

En el reservado, lleno de recuerdos del pintor, Dalí también hacia algo no tan surrealista. "Después de comer se iba allí a dormir la siesta", cuenta Luís Durán, propietario del Hotel Durán en Cadaqués.

Entre sueños y mil y una locuras Salvador Dalí aplicaba su particular visión a todo lo que le rodeaba. Uno de sus últimos deseos no llegó a cumplirlo. En sus últimos años repetía mucho eso de "los genios no tienen que morir"