Cada año, a principios de agosto, el planeta Tierra se cruza con la órbita del cometa 109P/Swift Tuttule, de unos 26 kilómetros de diámetro. La órbita de este cometa está llena de pequeñas partículas y fragmentos cometarios que son atrapados por el campo gravitatorio de nuestro planeta, una fuerza que les arrastra hasta la Tierra y que les fuerza a cruzar la atmósfera.
La nube de partículas resultante, llamados meteoroides debido al deshielo producido por el calor solar, se dispersa por la órbita del cometa y es atravesada cada año por La Tierra en su órbita alrededor del Sol. Durante este encuentro, las partículas de polvo se desintegran al entrar en la atmósfera terrestre, creando los conocidos trazos luminosos que reciben el nombre científico de meteoros.
Los cometas, según describen sus órbitas alrededor del Sol, van arrojando al espacio un reguero de gases, polvo y escombros, materiales rocosos, que permanece en una órbita muy similar a la del cometa progenitor.
Cada cometa va formando así un anillo en el que se encuentran distribuidos numerosos fragmentos cometarios. Cuando la Tierra, en su movimiento en torno al Sol, encuentra uno de estos anillos, algunos de los fragmentos rocosos, meteoroides, son atrapados por su campo gravitatorio y caen a gran velocidad a través de la atmósfera, formando una lluvia de meteoros.
La fricción con los gases atmosféricos calcinan y vaporizan los meteoros que aparecen brillantes durante una fracción de segundo formando lo que popularmente se denomina como estrellas fugaces. No se trata por tanto de una estrella sino de una partícula de polvo incandescente.
La altura a la que un meteoro se hace brillante depende de la velocidad de penetración en la atmósfera, pero suele estar en torno a los 100 kilómetros. Sin embargo, el alto brillo y la gran velocidad transversal de algunos meteoros ocasionan un efecto espectacular, causando la ilusión en el observador de que están muy próximos.
Gracias a la Luna nueva se podrá observar una buena cantidad de meteoros, algunos de ellos muy brillantes, debido a sus altas velocidades de entrada en la atmósfera y de media, un observador podrá ver uno cada dos minutos si está situado en un lugar sin contaminación lumínica y con horizontes despejados.
"Este año por fin habrá una noche muy oscura por la ausencia de Luna y si nos situamos en un lugar sin contaminación lumínica y sin nubes, el espectáculo está asegurado”, comenta Miquel Serra-Ricart, astrónomo del IAC.
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