BMW M3: tres décadas de un fuera de serie

A mediados de los 80, en BMW acordaron que hacía falta un motor deportivo para el Serie 3. No sabían que estaban cambiando la historia para siempre. Porque con esa decisión nacía el M3, sueño y leyenda. Uno de sus objetivos era competir en carrera contra los mejores turismos del mundo; sólo necesitaban cinco mil unidades para homologarlo. En 1991, cuando ya tenía cinco años de vida, se habían vendido casi 18.000. Destacaban sus 200 CV, que pasaban directamente al eje posterior. Catalogarlo como coche deportivo… era quedarse corto. El Mercedes 190E, otro icono de la época, tenía un rival a su altura. La propulsión trasera proporcionaba placer puro al volante, era la conducción con mayúsculas… Una ayuda perfecta a la hora de redondear las curvas; daba confianza… aunque jugar con tanta potencia producía también un extraño cosquilleo. La mente pedía responsabilidad, mientras el pie derecho solicitaba hundirse más en el acelerador. La explicación a este comportamiento casi irracional era una potencia que iba subiendo en cada generación: 240 CV, 330, más de 400… Pero, de repente, el M3 se aburguesa, a pesar de un poderoso motor V8. El superdeportivo comienza a acercarse a un coche de lujo. No está nada mal, pero ya no pone los sentidos en posición de alarma. Fue el último M3 con versión de dos puertas. El siguiente, el actual, adopta el nombre de M4 para los coupés y sigue conociéndose como M3 para la carrocería de cuatro puertas. Cosas del marketing. Por suerte, este cambio de nombre ha significado el regreso de la fuerza explosiva: dos turbos eliminan cualquier rastro de dulzura en un motor de 425 CV. Es para tipos duros, pero no macarras. Para quemarruedas con mucha clase, que saben perfectamente lo que llevan entre las manos: una potencia venenosa que empuja sin compromisos. Hace 30 años que esta fórmula da el mismo resultado.