H tiene tres años y un concepto muy melodramático de la vida. En estos días de confinamiento hemos oído frases como "¡Se me está saliendo el cerebro!", "¡Me he dado un golpe en el corazón!" o "¡Mi hermano se ha muerto!". Lleva encerrado en casa 12 días y no quiero saber qué llegará a decir dentro de un mes, pero para que os hagáis una idea, una vez se hizo daño en un pie y a la vez se hizo caca. Cuando le fui a cambiar el pañal, le bajé el pantalón y cuando iba a llegar al pie, me dijo: "¡Para, papá, que el pantalón se va a manchar de dolor!".

M tiene casi seis años y ya canaliza su creatividad de otra forma. No ya por sus razonamientos, que los niños a estas edades te dejan loco, sino que ya es creativo artísticamente. Le gusta bailar (sí, y es hijo mío), cantar, le flipa la música y tiene mucha curiosidad por las artes. A ver, tiene mucha curiosidad en general, pero lo creativo claramente le tira.

Cuando hace ya 12 días cerraron los coles en Madrid y vimos que nos íbamos a quedar encerrados en casa durante muchas semanas, la gran duda que teníamos era: ¿qué coño hacemos con ellos? ¿Cómo los entretenemos? Tienen edades en las que ya empiezan a jugar juntos ellos solos, pero todavía les cuesta, porque van a velocidades diferentes. Así que nos iba a tocar ejercer de monitores de ocio, y creedme que esa gente no está pagada: serlo 24/7 es un desgaste draconiano. Mi más rendida admiración para la gente que consigue que 15-20 niños hagan algo a la vez. Yo con dos no soy capaz.

Así que estos días de confinamiento hicimos acopio de alternativas de ocio bajo techo. Preparamos juegos, estudiamos canales de Youtube, dividimos tiempos y organizamos tareas. Una disciplina casi militar para mantener a estos dos ocupados y divertidos y que se les pasase un poco más rápido el infierno que les espera.

El Departamento de Manualidades, que lo lleva mi mujer, había previsto una manualidad consistente en no sé qué (entre departamentos del Ministerio del Ocio Infantil tratamos de no invadirnos competencias y no nos enteramos del plan de actividades del otro) con una caja de cartón. Después de un planteamiento y un nudo complicadísimos, M dijo: "Mamá, ¿me dejas que haga un robot con la caja?". Y se le concedió el permiso. El resultado está en la foto: su propia creatividad, sin nadie que se la dirigiera, nos reventó los planes y nos dio una lección.

Subestimamos la capacidad de los niños de entretenerse con cualquier cosa. No quiero hacer yo la demagogia esa barata de que los críos necesitan menos juguetes y que los malcriamos, no. Pero sí que es verdad que algunas veces hay que darles un cartón y unas pinturas y dejar de fliparnos.

Y tampoco quiero hacer el enésimo llamamiento de "cuánto tenemos que aprender de los niños", que a veces es el "los perros son mejor que las personas" de los que somos padres. Pero sí que me llama la atención la necesidad de consumir directos de Instagram, series, películas, libros y demás estímulos de ocio constantemente que hemos demostrado los adultos (yo no, pero porque con los niños no me ha dado tiempo) en estos días. No sé, me aterra ser parte de una generación de gente que necesita ser entretenida todo el rato, algo que, dedicándome al entretenimiento, quizá es tirarme piedras a la cabeza. Es como que fuéramos niños y la industria del ocio, nuestros padres. Quiero creer que cuando todo esto pase, igual valoramos más el descomunal placer de ponerse un café y mirar por la puta ventana pensando en nuestras cosas. Sin más.