Máxima tiene 100 años, un mes y 10 días, es de Albacete, se puso mala el 15 de marzo, le diagnosticaron el covid-19 y le acaban de dar el alta. Leo en La Tribuna de Albacete a su hijo Juan Antonio y sonrío. "Yo creo que ha podido con el corona por el genio que tiene", dice. Creo que es la primera risotada que se me escapa desde hace días leyendo una noticia. Sigo: "Parece que todos los mayores de 60 años estamos predestinados para ir con los pies por delante, y no, eso no es así", dice, y alaba al personal sanitario del Hospital Perpetuo Socorro de Albacete: "Se ha desvivido, no paran. A mi madre le han hecho un montón de pruebas, le han dado medicación y así poco a poco ha ido mejorando... la gente de aquí es maravillosa, se desviven por los enfermos".

El viejo axioma del periodismo es que no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que el hombre muerda un perro. En el mundo paralelo y distópico en el que se ha convertido esta pandemia mundial, las noticias de muerte, datos espeluznantes, gráficas horribles y últimas horas de terror, una señora de 100 años curada, un hijo bromeando con su carácter y la muestra más pura de amor por el trabajo de los sanitarios se han convertido en el perro mordiendo al hombre. Sin embargo, o al menos esta es mi impresión, han tenido mucha más repercusión otras anécdotas demasiado desagradables como las gestapos vecinales insultando a la gente que va camino del trabajo u otras mezquindades humanas que han aflorado estos días. También puede ser que yo necesite buenas noticias y otra gente, indignarse para pasar esto. Es respetable todo, en cualquier caso.

Pero ahora mismo pienso en Máxima. Hasta su nombre es una premonición: es nuestra máxima esperanza. Y en su hijo Juan Antonio, que a poco tendrá 70 años, diciendo que de esta la gente sale, aunque nosotros creamos (y veamos, todo el rato, sin parar) lo jodido que está todo.

Pienso en ella cuando leo esta frase: "La situación de Madrid no se da en ningún sitio. Es como si el accidente de Barajas de 2008 se produjese todos los días", de un portavoz de los Servicios Funerarios. La analizo y no puedo salir de mi asombro. Es como que cada día recibimos una palada tremenda de tragedia y la vamos asumiendo como un boxeador cuando ya no puede levantar los brazos y se rinde al castigo. Metidos en el día a día de esta tragedia hemos perdido la capacidad de asombro ante lo que pasa.

Pero, eh, nos queda Máxima. Máxima y todas las máximas que haya por ahí, haciendo de la anécdota arte, abriéndose paso en la tragedia y floreciendo en medio de una vida que cada vez es más yerma. Cuando esto acabe, si Máxima sigue como un roble, igual hay que pasarse por Albacete a hacerle una visita y presentarle mis respetos. Tiene que molar saber que, en medio de todo esto, leerla a ella y a Juan Antonio le sacó una sonrisa a alguien.