Ayer cayó el primer medio litro de helado. El miércoles, cuando salí a comprar, me hice con un par de tarrinas previendo que algún día las necesitaría como el que necesita el agua. Sabía que llegaría el día en el que mi cuerpo me pediría sentarme de noche, abrirlo y zampármelo en silencio. Ni siquiera lo disfruté demasiado, porque en realidad fue un desahogo más que un placer tras un día de tensión tremendo, porque los niños ya acumulan 10 días en casa y empiezan a no poder controlar sus emociones tampoco.

La perspectiva de que no volveré a salir de aquí hasta el miércoles que viene, cuando vuelva a ir a la compra, y, sobre todo, la de que no sé qué voy a hacer con H y M si no nos los dejan sacar aunque sea media hora a la semana, me abruma. Supongo que a todos. Normalmente, cuando la tensión me puede y me como medio litro de helado (no pasa muy a menudo y siempre me digo: "Chico, no te drogas ni te medicas, peor sería que te pusieras un carajillo") me suelo sentir bastante culpable. No por el hecho en sí, que no es tan grave, sino por lo que supone de derrota contra uno mismo: no eres capaz de sacar adelante tus nervios, tu cansancio y tus emociones y lo vuelcas en semejante tontería. Pero esa dureza se acabó.

He decidido que aquí cada mañana que te levantas empiezas de cero. Te despiertas, le haces el desayuno a los niños, juegas con ellos, te ríes. Aprecias cada abrazo y cada beso y hala, a la labor extenuante de seguir trabajando y entreteniéndoles todo el día sin escapatoria. Y cuando se acuestan y puedes estar a tu bola, contador a cero. Y, sobre todo, que basta de sentirte culpable por caer derrotado frente a la realidad. Que la mayoría de los días no te tomas medio litro de helado y que, joder, en estas circunstancias es un triunfo. Y que si algún día estás triste, pues tienes motivos. Que la tristeza es un derecho, que la derrota es un suceso lógico y que basta de martirizarnos por ello.

H dice que el coronavirus es negro y tiene una corona amarilla. M dice que cuando podamos salir (el 3 de mayo es su sexto cumpleaños y solo pido que pueda celebrarlo fuera de casa, aunque lo dudo) lo que va a hacer es correr; no ha dicho ni ir al Parque de Atracciones ni al cine ni a nada de las cosas que realmente reclamaba antes de este encierro. Ahora solo quiere correr. Se pasan la mayor parte del día riéndose y peleándose, pero cuando están tristes o se agobian, lloran. Mucho y sin cortarse. Se otorgan el derecho a la tristeza con la misma naturalidad que se arrogan el privilegio de reír o la libertad de saltar en un sillón. Y estos días estoy aprendiendo que los que tienen razón son ellos. Que tenemos que darnos el derecho a estar tristes y a caer derrotados contra la rutina sin martirizarnos, sin exigirnos y asumiéndolo como normal. Y que, como ellos, debemos pasar con naturalidad del drama a la más absoluta comedia y hacer 'reset'.

Os dejo. H acaba de estamparse de la silla y M quiere que partamos un plato de fruta haciendo un cuadro: las fresas serán un círculo alrededor del plato y lo rellenaremos de plátano. Ayer fue un corazón de uvas relleno de mango. Y así todo el día. Voy al congelador a ver si me queda helado.