Acabo de volver de Japón, y una de las cosas que más me ha llamado la atención —más allá de la educación, el orden o la puntualidad nipona— ha sido cómo allí se percibe y se utiliza el surimi. Sí, ese mismo producto que en España solemos mirar con desconfianza, que asociamos a los "palitos de cangrejo" baratos y que muchos tachan de "producto ultraprocesado sin valor nutricional".
Pero en Japón la historia es otra. Allí, el surimi forma parte de la tradición culinaria, tiene distintos niveles de calidad y se integra en la cocina diaria con naturalidad. No es un alimento de consumo constante, pero sí uno que se respeta. Y eso me hizo pensar: ¿y si estuviéramos juzgando mal al surimi?
¿Qué es el surimi, realmente?
El surimi no es un invento moderno ni una mezcla industrial de desechos del mar. Es una técnica japonesa que se remonta al siglo XII. Se trata de una pasta elaborada a partir de pescado blanco —habitualmente abadejo de Alaska— que se desmenuza, se lava varias veces para eliminar grasas e impurezas, y luego se estabiliza para que sea versátil y duradera.
En esencia, el surimi es una forma de conservar el pescado y de darle una nueva textura, muy apreciada en la cocina japonesa. El producto final puede tener muchas formas: desde los famosos palitos que imitan el cangrejo hasta piezas más refinadas que se sirven en celebraciones.
¿Pierde cosas por el camino? Sí. ¿Puede tener aditivos? También. Pero eso depende de la calidad del producto, como pasa con cualquier otro alimento transformado.
Lo que vi en Japón: variedad y respeto
En Japón no hay un único surimi. Hay gamas, texturas, precios y calidades distintas. En supermercados y mercados tradicionales encontré desde versiones sencillas para el día a día hasta preparaciones más delicadas para platos festivos.
Me llamó la atención que el consumidor japonés tiene criterio: sabe leer las etiquetas, conoce el origen del producto y lo usa como un ingrediente más, no como un sustituto del pescado ni como un engaño.
En bento boxes, sopas, guisos o platos fríos, el surimi de buena calidad aparece como un aporte de sabor, textura y proteína. No se le exige ser lo que no es, y por eso no genera decepción.
¿Y en España? El problema no es el surimi, sino cómo lo usamos
En nuestro país el surimi ha llegado por la puerta de atrás, camuflado como "palitos de cangrejo" o "delicias del mar". A menudo son productos de bajo coste, con un porcentaje de pescado muy bajo, almidones, azúcares y potenciadores de sabor.
El marketing no ha ayudado: se nos ha vendido como una alternativa ligera al marisco, algo que "no engorda" y que queda bien en una ensalada. Pero la realidad es que muchas versiones tienen menos de un 40% de pescado y más sal de la que nos gustaría.
Y claro, así es difícil que la gente lo vea como algo saludable. Pero, de nuevo: el problema no es el surimi en sí, sino cómo y con qué lo fabricamos, y cómo lo comunicamos.
¿Tiene sitio en una alimentación saludable?
No voy a empezar a recomendar surimi a diario, pero tampoco voy a seguir diciendo que es un producto a evitar sí o sí.
Si se elige bien —con mayor contenido en proteína, menor carga de aditivos, sin azúcares añadidos ni exceso de sal— puede ser una opción ocasional útil: para una ensalada rápida, para acompañar arroz, o incluso para enriquecer platos en personas que tienen dificultades para consumir pescado fresco (como personas mayores o pacientes con poco apetito).
Eso sí, hay que tener claro que no sustituye al pescado como tal, y que no es un alimento base, sino uno más dentro de una alimentación variada y consciente.
Menos prejuicio, más criterio
Después de ver cómo en Japón se produce y se consume surimi con respeto y con lógica, me ha quedado clara una cosa: no todo lo que es procesado es negativo, ni todo lo que es tradicional es incuestionable.
El surimi, como tantos otros alimentos, depende de cómo se hace, de cuánto se consume y de qué lugar ocupa en nuestra dieta. No hace falta demonizarlo, pero tampoco idealizarlo. Solo hace falta mirar con más criterio, menos miedo y un poco más de curiosidad.
Porque a veces, lo que creemos conocer… tiene otra cara al otro lado del mundo.