La buena literatura respira cuando surge el conflicto de intereses entre personajes antagónicos. Si a esto le añadimos que los personajes andan envueltos en asuntos turbios, chachi piruli, como decimos en los Madriles. Porque las historias de perdedores, de hombres que se arrastran a través del barro y mujeres que venden sus favores como una mercancía más, resultan atractivas; no vamos a negarlo.

Lo que sucede es que cuando esas historias las protagonizan nuestros políticos, es decir, cuando los servidores públicos aprovechan sus cargos para robarnos, para trapichear y ganarse el favor de ciertas mujeres a las que, a cambio, se las denigra, colocándolas en empresas; enchufándolas como si a la mercancía del trabajito sexual se le añadiese una mercancía más, cuando esto ocurre en nuestra política institucional, eso ya mola menos; el olor del pudridero asfixia y enciende a la gente de bien, la gran mayoría, la que se levanta cada mañana para ir al tajo.

Para ser concretos: el caso Ábalos es tan sucio como que el tío, presuntamente, colocaba a sus "amiguitas" en empresas, convirtiendo así el trabajo en una mercancía sublimada en nombre de la "honradez" de un partido político. Porque, en su momento, las bases del PSOE tuvieron la oportunidad de elegir al bueno de Madina o a Pérez Tapias, un socialista íntegro -de los de Izquierda Socialista-, pero no, eligieron al peor de la lista y así les fue; y así nos va.

Pero no quiero salirme de tema, venía a hablar de literatura, puesto que he estado leyendo la colosal biografía de Stephen Crane escrita por Paul Auster en su versión manejable y bolsillera, titulada 'La llama inmortal de Stephen Crane' (Booket). Cerca de mil páginas donde Paul Auster nos sumerge en la vida y obra del autor norteamericano que se adelantó a la narrativa cinematográfica, manejando las herramientas del periodismo para hacer ficción. Su corta vida -Crane murió con apenas 29 años- es de tal intensidad que podemos situarnos en el lugar común y decir aquello de que Stephen Crane vivió muchas vidas condensadas en una sola.

Llegando a la mitad del libro, Auster empieza a jugar con la geometría del azar y, para ello, dispone de un macabro elemento como es la silla eléctrica de la prisión de Sing Sing, hasta donde Stephen Crane llega con el propósito de escribir un reportaje. Años después de la visita de Crane, en esa misma silla se sentará su bestia negra, Charles Becker, el agente de Policía que detuvo ilegalmente a una prostituta y que hizo la vida imposible a Stephen Crane cuando el autor intercedió por la mujer. El poli colocó a Crane pruebas falsas como traficante de opio y Crane se vio marcado por este asunto; tanto fue así que su turbia reputación de escritor maldito aumentó hasta la obscenidad. Es lo que sucede cuando un autor de raza se relaciona con la Policía.

Con el tiempo, el poder del tal Becker fue creciendo como guardián de la ley, lo que llevó al poli a abusar de su cargo para cobrarse mordidas en los prostíbulos y garitos de juego. Uno de los dueños de un prostíbulo no quiso entrar en el juego y el tal Becker, ni corto ni perezoso, mandó acribillarlo a tiros. Por dicho crimen, el poli terminaría en la misma silla que describió Crane en su artículo. Con estas cosas, me entra un escalofrío que me recorre la espina dorsal, sobre todo cuando me entero de que la descarga eléctrica a la que sometían a los condenados era tan intensa que, en menos de un minuto, quedaban achicharrados. Sin embargo, en el caso del agente de policía que nos trae hasta aquí no sucedió así; Charles Becker resistió más de la cuenta: fueron nueve minutos. Algo inaudito.

"Durante mucho tiempo se consideró la ejecución más torpe de la historia de Sing Sing", escribe Paul Auster en la biografía de Stephen Crane. Y este comentario me devuelve a la corrupta actualidad para establecer un paralelismo entre la torpe ejecución del agente en la silla eléctrica de Sing Sing y la agonía de Sánchez en su silla de gobernante, manipulada por el verdadero poder, el poder real, el que permanece en la sombra; un engranaje que requiere grasa y cadáveres para seguir funcionando.