En una de sus novelas, Manuel Vázquez Montalbán nos viene a decir que cada barrio ha de tener, por lo menos, un cronista y un poeta. De esta manera, las calles no perderían la memoria y en el futuro se podría revivir un tiempo que, en el caso de Vázquez Montalbán, vino cruzado de represión y pobreza.

Porque Vázquez Montalbán fue un niño de posguerra, un hijo de represaliado con el que la dictadura se cebó. Nacido en un barrio de perdedores como el Raval, muy pronto destacó por su afición a las letras. Terminada la carrera de periodismo, entra a formar parte de una célula del Partit Socialista Unificat de Catalunya, donde coincide con el filósofo Manuel Sacristán, introductor del marxismo en España y una de las mentes más lúcidas de la izquierda de todos los tiempos.

Pero la cosa se complica cuando, sobre el joven Vázquez Montalbán recaen las sospechas de trabajar para el aparato represor franquista. Será Sacristán quien promueva dicha sospecha. Ahora, que el tiempo ha corrido, podemos desenredar el enredijo que se montó alrededor de todo aquello. Hay que hacerse el cuadro y situar a un joven Vázquez Montalbán trabajando en La solidaridad nacional, un periódico del Movimiento que lo lleva a estar a cada rato en comisaría para recabar información. Por estas cosas, a ojos de Sacristán, el joven Montalbán se convierte en un presunto confidente. Son tiempos asfixiantes donde cualquier duda pasa a ser una falsa certeza por obra y gracia del clima represor que se respira. Hay que hacerse el cuadro, ya dijimos.

Todo esto viene a cuento porque se acaba de editar una novela inédita de Vázquez Montalbán. Se titula Los papeles de Admunsen (Navona) y es el embrión de todas las novelas que vinieron después por ser esta la primera de todas. La edición viene firmada por el profesor José Colmeiro, gran conocedor de la obra de Vázquez Montalbán, tal y como demuestra en la introducción y en las notas incluidas al final de la novela.

La relación dolorosa y tirante entre Vázquez Montalbán y Manuel Sacristán se deja entrever en uno de los capítulos del libro, el titulado Floricultura moral, donde el profesor Silvio es un trasunto de Sacristán y su discípulo Zoilo un alter ego de Vázquez Montalbán. Al principio, fueron entrañables, luego acabaron peleados y Zoilo termina con su vida trágicamente, no sin antes dejar constancia de la teoría de la alcachofa -que luego Montalbán retomará en su novela El laberinto griego- como metáfora de las distintas capas de la verdad.

En este caso, en el caso de Los papeles de Admunsen, la citada teoría se aplica al comportamiento de un hombre para "el otro", ya que ese mismo comportamiento viene a ser como una alcachofa, es decir, que a medida que se van quitando las hojas, se va despojando de dureza y el deshoje "lleva a convertir el espíritu del hombre en algo blando y blanco"; una imagen sugestiva que se puede aplicar en cualquier momento de nuestra sociedad espectacular, donde el baile de máscaras se ejecuta al compás que marca el capital, el poder real, el verdadero gobierno, ese tinglado que conforman las corporaciones financieras y que los ejércitos defienden cuando salta la crisis.

La novela de Vázquez Montalbán fue escrita hace sesenta años, pero sus temas siguen presentes por ser todos -y cada uno de ellos- categorías de este capitalismo feroz que nos tiene subyugados. Hacen falta más poetas y más cronistas que lo denuncien como él lo hacía.