A principios de noviembre de 1936, cuando el gobierno legítimo tiró para Valencia, el pueblo de Madrid se quedó vendido a los asesinos. La entrada de las tropas enemigas iba a ser inminente. En las trincheras se respiraba que el enemigo no tardaría en tomar la ciudad y Juan García Oliver, el ministro anarquista, desplegó un mapa de operaciones sobre su mesa. Alrededor de él, los generales soviéticos, acompañados del comandante Vicente Rojo, se mantenían atentos a las indicaciones del Joanet.

Si no hubiese sido por la intuición de aquel ministro, yo no estaría aquí escribiendo esto. Mis abuelos, por parte de padre y madre, no me lo hubiesen podido contar y todo se hubiese acabado para ellos una madrugada de principios de noviembre. Por eso, en mi cartera siempre falta dinero pero lo que nunca falta es la foto del Joanet. Ya lo he contado muchas veces, con estas mismas palabras o con palabras parecidas.

Me siento orgulloso de ellos, de mis abuelos, por haber luchado desde el bando legítimo contra el fascismo. Ahora no estamos ante el mismo escenario, pero sí estamos ante circunstancias parecidas. Al igual que en guerra, hay buenos y malos, de la misma manera que hay legitimidad y personas de mal talante infiltradas en un gobierno que improvisa desafinando como los malos músicos. Una de esas personas es Nadia Calviño, a la que -acertadamente- el compañero Antonio Maestre ha señalado como quintacolumnista, es decir, infiltrada en el bando legítimo. Se trata de una mujer que no salió a la calle, quiero decir "a la vida", que no conoce la fatiga económica y que, llevada por la soberbia que se gastan los privilegiados, trata al pueblo con disposición ética de indiferencia. Aprobó las asignaturas suficientes para obtener su licenciatura en Económicas y en Derecho, carreras que nunca aplica a escala humana, sino a escala empresarial. Su sentido de la vida es mecanicista. Su consigna es "por todo se paga y todos tenemos un precio".

Neoliberal, de la escuela Thatcheriana, ejerce de muro de contención ante las demandas sociales que Pablo Iglesias propone ante la grave situación que estamos padeciendo. Una joyita de persona. Una hija de su padre, que fue director de TVE en la época socialera de Felipe González y también hija de su madre, de la que poco sabemos y con esto hemos de imaginar a qué se dedicaba. Hasta aquí, los datos biográficos de una mujer que no merece los respetos de este pueblo que es el mío y que, entre otras cosas, está sufriendo una crisis sanitaria y social por culpa de las políticas que ella defiende.

Con personajes así, el escenario guerracivilista se completa, convirtiéndose en un marco favorable a los de siempre y donde se echan a faltar hombres como Juan García Oliver, el Joanet, que, ante el mapa desplegado sobre la mesa, intuyó que los moros iban a entrar por el alcantarillado. Así fue. Pero como el Joanet se adelantó a sus intenciones asesinas, se colocaron nidos de ametralladoras en las salidas de las aguas sucias y, con ello, cortaron la entrada de las tropas ilegítimas a la ciudad. Mis abuelos estuvieron allí, batiéndose contra los moros. Me siento orgulloso de cargar tanta memoria.

Hay una novela de Juan Marsé donde su protagonista, Jan Julivert, esta inspirado en la figura del Joanet. Se titula 'Un día volveré' y, en ella, el Joanet aparece tiempo después de haber perdido la guerra. Es un héroe cansado al que las muelas de la Historia no han podido triturar del todo. Envuelto en silencio, se mueve por los callejones de una ciudad que se sabe derrotada. Porque luchar hasta los últimos fuegos, como el Joanet luchó, no equivale a la victoria. De ser así, el mundo sería de los justos.

Ahora disculpen mi falta de optimismo y, cuando puedan, háganse con este libro de Juan Marsé. Lo agradecerán.