En un Estado consumido por el capital, donde la ley de vivienda resulta tibia y vulnerable, no es de extrañar que florezcan empresas como Desokupa; un escuadrón parapolicial donde sus integrantes le dan a la trembolona y demás sustancias que anabolizan el cerebro. Sólo hay que escuchar su discurso de luces fundidas para darse cuenta.

Hoy toca hablar de sus cositas, pues los Desokupa se presentan como defensores del débil, protectores de ancianos, viejitos y viejitas que, según vuelven de comprar el pan, se encuentran su hogar ocupado por una pandilla de anchoas, como llaman los Desokupa a los pobres diablos que les dan trabajo. Con este panorama, cualquiera no se pone de parte de los ancianos; ya te digo. Lo que sucede es que esto no ocurre así, nadie okupa una vivienda donde vive gente. Cuando esto ocurre, no se denomina okupación, sino allanamiento de morada y esto es un delito que se castiga con prisión, de seis meses a uno o dos años.

La propaganda que se están dando estos de Desokupa sólo sirve para confundir más al personal que no distingue entre derecho y mercancía, entre okupación legítima y delincuencia. Con conceptos tan poco claros, los integrantes de Desokupa alimentan el confusionismo y, de paso, consiguen plantar su discurso de luces rotas en las calles, lo que resulta peligroso, pues venimos de una dictadura que germinó en terreno abonado para escuadrones fascistas.

Luego hay otra cosa, y esa otra cosa es el blanqueo que hacen ciertos medios al citado escuadrón cuando uno de sus integrantes -el que pone la jeta en las entrevistas- aprovecha y habla de que suelta un porcentaje de las ganancias de la empresa a una fundación que lucha contra el cáncer. Aquí conviene pararse, pues hay un libro escrito por Lewis Hyde titulado El don(Sexto Piso) que es un jugoso estudio acerca de las donaciones.

Según nos cuenta Hyde en su libro, lo de hacer circular un don es costumbre muy antigua; forma parte de un ritual ancestral que hoy se sigue manteniendo a pesar del capitalismo globalizador que todo lo subsume, por utilizar un palabrejo marxista. Lo que sucede es que dicho don circula insuflado de espíritu positivo y sin ningún tipo de interés añadido, lo que hace que un hombre que dona se convierta en un Gran Hombre. Cuando esto ocurre, se hace con elegancia, no se publicita, pues, de lo contrario, el don deja de ser don y se convierte en obra de caridad, y la caridad, ya se sabe, es acto antinatural que se lleva a cabo de arriba hacia abajo.

Por poner un ejemplo, el narcotraficante Pablo Escobar también donaba dinero. Construía casas para los pobres y hacía canchas deportivas en los arrabales de Colombia. Eran acciones que iban incluidas en su trabajo. Por decirlo de otra manera: un criminal ha de tener un buen servicio de lavandería que le quite las manchas a su ropa, y Desokupa no va a ser menos. Porque se trata de una organización al servicio de la delincuencia especulativa que convierte un derecho, como lo es la vivienda, en una mercancía para ponerla en circulación dentro de un mercado donde el Estado nunca interviene. Por eso andamos como andamos, con empresas de matones al servicio de un capital cada vez más invasivo.

Para no acabar como los miembros de Desokupa, para no terminar con la misma personalidad de un semáforo -rojo, paro ; verde, paso- hay que leer. Para ello, hoy traemos este libro de Lewis Hyde, un trabajo interesante cuya primera parte hace un recorrido por el ritual ancestral de la generosidad, para después llevarnos hasta la descomposición de nuestras virtudes más primitivas en beneficio de la usura y de otras categorías del capital, distinciones que sólo sirven para cebar el egoísmo de los dueños de las hambres y de las fronteras.