Hay una España hortera que viene del dinero fácil y del pelotazo. Y luego hay otra España que aspira a participar de la primera en cuanto tiene ocasión; la misma que aprovecha el lío que se ha montado con Rubiales para hacer negocio. Por si no lo saben, estos días han salido en venta y a un precio de caviar, algo así como 1.000 pavos, los cromos de Rubiales de hace 20 años, de cuando era un futbolista de cabellera rizada y perilla incipiente.

Por entonces, cuando Rubiales jugaba en el Levante, nadie podía atreverse a imaginar que aquel chaval larguirucho y algo desgarbado acabaría siendo presidente de la Federación Española de Fútbol. Aunque el tipo siempre tuvo un puntito macarra, se lo fue haciendo y ascendió por la cucaña de los jurdós con soltura y populismo. Durante la temporada 2007-2008 se puso la máscara de sindicalista y, como capitán del Levante, consiguió que los jugadores cobrasen sus nóminas a pesar de la grave crisis económica en la que el club estaba sumido. En esta época empezaron sus relaciones con la AFE y la entrada en los selectos ambientes de los capos futboleros. Y así, del tirón, Luis Rubiales fue convirtiéndose en una figura de ascenso imparable, alcanzando sin resbalar el jamón clavado en la punta de la cucaña.

Pero lo suyo no es algo original, nuestra sociedad tiene una buena trayectoria de pícaros, tanto reales como ficticios. Sin ir más lejos, acabo de leer una novela de Pierre Lemaitre titulada Los colores del incendio (Salamandra). Se desarrolla en París, durante el periodo de entreguerras, y es todo un homenaje a Dumas y a su Conde de Montecristo: cuenta la historia de una venganza refinada, puesta en marcha por una mujer que ha perdido todo y que no está dispuesta a entregar su derrota a nadie. En la citada novela, el tío de la protagonista, un tal Charles Pericourt, aparece como arquetipo del trepa cucañero que aprovecha su cargo para hacerse trapis inmobiliarios. Son tiempos donde la escasez de alojamientos parisinos demanda nuevas construcciones.

Si esta situación la trasladamos a la realidad de Rubiales, nos damos cuenta de que las cosas no cambian mucho. La ficción se nutre de la realidad y hay personas que se prestan a ello; suelen ser pobres diablos que acaban ardiendo como muñecos de paja. Al igual que Charles Pericourt desde su posición privilegiada, Luis Rubiales asigna presuntamente obras a empresas inmobiliarias que tiene de mano y teje una red de comisiones que estos días han quedado al descubierto. Acorralado por las preguntas de Ana Pastor, acosado por su propio temperamento, Luis Rubiales se ha convertido en la imagen viva de estos tiempos horteras de champán a morro e inversiones inmobiliarias, una época donde la vivienda ha dejado de ser un derecho y se ha convertido en mercancía.

Si a esto le sumamos los atributos machistas que se gasta el amigo, entonces tenemos a un representante de esa España que nunca se perderá, la del pelotazo, el dinero fácil y el chiste de gangosos. "¿Te hace un piquito, nena?".