Barcelona ostenta el triste privilegio de estar en cabeza del hit parade de delitos, muy por delante de Marbella, Madrid, Tarragona o Palma. Pero que no cunda el pánico: Ada is in da house y tiene el poder del pussy.

Barcelona es muy democrática. Igual dan un tironazo que ocasiona, lamentablemente, la muerte a una ministra de Corea del Sur que roban con violencia el peluco al embajador de Afganistán; igual una manada de menas propina una brutal paliza a tres turistas alemanes por un teléfono móvil que unos traficantes disputan a machetazo limpio sus demarcaciones a plena luz del día en el Raval. Hay para todos. Del matrimonio jubilado que va a pasar unos días de vacaciones para, a la vuelta, encontrarse con su domicilio ocupado y sin posibilidad de echar a los no deseados inquilinos – el delito que más prolifera en mi ciudad – a una ciudadana sueca encontrada muerta, asesinada, sin que nadie dé razón ni causa de ello.

Barcelona es la capital española del crimen, en la que a la plaga de la impunidad con la que operan clanes de delincuentes organizados se unen otras plagas: ratas paseándose tranquilamente por los parques en los que juegan los pequeños, cucarachas que inundan establecimientos de hostelería, prostitución y venta de todo tipo de drogas – la heroína va muy barata este verano – a cien metros del despacho de la alcaldesa, en fin, un parque temático al que acudir si lo que desean es experimentar emociones fuertes en primera persona. De los botellones, rutas etílicas ilegales, sexo en plena calle a mediodía – siempre es mejor la hora de la siesta, creo -, agresiones a la puerta de discotecas, navajas, porras extensibles, barras de hierro, armas de fuego, todo un mundo de adrenalina se ofrece al visitante. Un programa seductor para cualquier delincuente, que ve a la Ciudad Condal como tierra de promisión del trafica, del palanquista, el chulo, el butronero o el sirlero, que registros hay para todos los gustos.

¿Y que hace la pestañí, la policía? Poco. En el distrito de Ciutat Vella hemos tenido hasta hace pocos meses a una concejal que opinaba acerca de la 'poli' que eran unos opresores. La llegada de socialistas y de ese descomunal talento venido de las Galias llamado Manuel Valls, el De Gaulle de todo a un euro, no parece haber modificado el asunto. Porque la alcaldesa, que canta eso de "Vengo de la calle, la gente es mi corona" o vive en una calle muy tranquila o, simplemente, no sabe cómo gestionar los amargos frutos de su política demagógica de los últimos cuatro años. En el Bar Pietro la vieron este viernes pasado, en plenas fiestas de Gracia, demostrando que, efectivamente, "desde el ayuntamiento sacudo, no tengo miedo a ninguno, la gente es mi escudo", porque hay que tener mucho coraje para salir de noche en esta ciudad teñida de delitos. Que se fuera de vacaciones hace unos días en plena crisis provocó gran indignación; que, con lo que está siendo este agosto, se vaya de farra y niegue la mayor, en lugar de ir en un coche patrulla de la Guardia Urbana para comprobar los puntos calientes de la ciudad y cursar las órdenes oportunas a Albert Batlle, responsable de seguridad de su consistorio, es de juzgado de guardia.

Ada, no beses a Felipe, que allá cada uno con sus ósculos, ni presumas de rimar mejor que Arrimadas, que igual hasta es verdad. Pero haz el favor de ser seria, alcaldesa, que ya no tienes quince años y la gente quiere más seguridad. Que están hasta el pussy, vaya, no sé si me entiendes. Ya tu sabe.