Iba a escribirles una crónica política al uso. De análisis. Pero esta semana el cuerpo me pide otra cosa. Será porque he estado todo el día en el Congreso a 36 grados bajo un sol de justicia y he salido un poco trastornada.

Es probable que a usted la investidura fallida le haya pillado bajo la sombrilla, leyendo esa novela que tantas ganas tenía de coger por banda. O torrándose al sol en la orilla de una playa de arena blanca. O en el pueblo, al fresco, comiendo rico, sano, echando siestas en el jardín y aprovechando para hacer algo de deporte. Algo.

Es probable también que alguno de ustedes haya visto la pelea entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en el telediario de la noche, volviendo a casa después de trabajar todo el día. Hay quien a estas alturas del verano sigue ganándose la nómina. Los hay también que no tendrán ni vacaciones. Por mucho que el Congreso de los Diputados siga parado, la vida sigue. A ustedes la investidura fallida les ha pillado viviendo. El patio del Congreso estaba lleno hoy de políticos y políticos deseando irse de vacaciones. Lo entiendo. Tienen derecho a disfrutar.

Pero ustedes, después del espectáculo vivido en las últimas horas, también tienen derecho a pensar que puede que no se lo merezcan. Las cortes están disueltas desde el 4 de marzo. Casi 4 meses. 4 meses sin actividad parlamentaria. Sin que ninguna iniciativa legislativa en favor de los ciudadanos haya salido adelante. Ninguna salvo los famosos y polémicos decretos sociales del Gobierno. Infinidad de iniciativas duermen en un cajón desde el 4 de marzo. Trabajo hecho que puede que nunca se recupere. Es probable que en muchísimas materias toque volver a empezar. Algunas yacen en el olvido desde antes. Llevamos demasiado tiempo sumergidos en un bloqueo político. No es nuevo ni es de ahora. Desde 2015 este país tiene verdaderos problemas para avanzar.

Hay diputados y diputadas que hoy no se van de vacaciones con la conciencia tranquila. Lo sé y me consta. Saben que saldrán por la puerta de los Leones y tendrán que escuchar a decenas de ciudadanos y ciudadanas que les paran por la calle y les dicen que lo que pasa ahí dentro es una vergüenza y un bochorno. Que se pongan a trabajar, que están hartos de ver cómo discuten y no arreglan nada.

Para Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hoy hubiera sido mejor marcharse a Doñana o a casa a cuidar a sus bebés habiendo aprobado el examen. Con los deberes hechos. Pero no. No han sabido. O no han querido. Y no sé cuál de las dos opciones es peor. En las últimas horas se han comportado como dos líderes políticos atrapados en la burbuja del Congreso de los Diputados. Existe y es peligrosa. Te atrapa con facilidad y en poco tiempo. Provoca una distorsión entre lo que pasa dentro y lo que pasa fuera. Entre lo que importa dentro y lo que importa fuera. Es necesario salir de vez en cuando de ella para observar la película desde fuera e imaginar lo que pueden estar sintiendo quienes, simplemente, buscan una vida mejor.

Estos días la política se ha olvidado de la gente. De los que no pisan moqueta. De los que se han cansado de informarse porque nunca hay buenas noticias. De la gente que amenaza desde hace semanas con el castigo de nunca más volver a las urnas. La gente que quiere mejores sueldos, mejores hospitales, menos listas de espera, más ayudas a la dependencia, más contratos indefinidos, alquileres más bajos, más investigación, mejores colegios. La gente. ¿En quién y en qué han estado pensando Pablo iglesias y Pedro Sánchez? ¿Agosto?¿Septiembre?¿Noviembre?

Los responsables del naufragio de la investidura de Sánchez han puesto a prueba la paciencia de los que les votan. Son ya demasiados años de ruido. Los trenes en política, como en la vida, no suelen pasar dos veces.