Llegado el momento del juicio, nada de lo anterior tiene mucha validez. Se acabaron las hipótesis, las suposiciones, los dictámenes de los expertos de platós… Llega la hora de la verdad, de las pruebas, de la Justicia con mayúsculas. Casi nadie, tampoco en la sala donde se celebra el juicio, tiene dudas de que José Enrique Abuín es un miserable, pero no se juzga su catadura moral, ni siquiera sus delitos anteriores: se juzga si secuestró, agredió sexualmente y mató a Diana Quer en la madrugada del 22 de agosto de 2016. Nada más. Y eso hay que demostrarlo con testigos y pruebas en ese peculiar escenario teatral –con sus interpretaciones magistrales y también con sus sobreactuaciones– en el que se convierten las salas de audiencia en las vistas con jurado popular.

Para ellos, para los nueve titulares y los dos suplentes del tribunal del jurado, hablan todas las partes, sabedoras de que son ciudadanos sin conocimientos jurídicos, pero con el sentido común que se nos presupone –a veces de forma muy aventurada– a todos. A ellos se dirigió la abogada defensora, María Fernanda Álvarez, cuando les pidió en su primera intervención que se desinfectaran, que se olvidasen de lo visto, leído y escuchado sobre el caso. A ellos iba la comparación del doctor Blanco Pampín, que para explicar lo que cuesta romper un hioides de un cuerpo joven como el de Diana, dijo que "es como la diferencia entre intentar quebrar una rama verde y una dura". Al jurado se dirigió el capitán Guerrero, el responsable del GATO (Grupo de Apoyo Técnico Operativo), cuando aseguró que "los teléfonos son muy promiscuos y se enganchan a la antena que les dé mejor cobertura". Al jurado habló el doctor Fernández Liste cuando dijo que "hacer una autopsia es como leer un libro en el que quemas cada capítulo después de leerlo".

Y para el jurado, formula preguntas a los testigos y a los peritos el presidente del tribunal, Ángel Pantín. Para que no tengan dudas, para que no haya ambigüedades en los protagonistas anónimos de este juicio, los que decidirán el futuro de José Enrique Abuín. Ellos se muerden el labio, se tapan la boca o retiran la mirada cuando en sus pantallas ven el cuerpo de Diana emerger del fondo del pozo o el cráneo de la chica en la mesa de autopsias. O asisten entre atónitos y desconcertados a las intervenciones más bizarras del juicio: la del psicólogo de la escritura y la del bioestadístico. Cuando acabe la vista se cerrará el telón y solo ellos, el jurado, serán la Justicia. Tras el veredicto, volverán a sus vidas, aunque con la retina y la conciencia marcadas para siempre. Del horror nadie sale indemne.