A la hora de escribir estas líneas, el policía nacional David Viñas se recupera en el hospital Río Hortega de Valladolid de las heridas de arma blanca que le provocó un exfuncionario de prisiones en el barrio pucelano de Las Flores. El cuello, un hombro y la cara del policía dan fe de lo complicado del servicio, que a punto estuvo de ser el último de David. Tuvo suerte, repiten sus compañeros. Si el malo tiene un poco más de tino, degüella al policía.

La jornada debió empezar para David como otras tantas. A bordo de su zeta, comentando con su binomio las fiestas navideñas, parada a tomar café en el bar habitual, hasta que un comunicado de la emisora los puso en alerta. A ellos y a varios zetas más que estaban de servicio: un episodio de violencia de género en el que una mujer solicitaba ayuda pare ella y sus hijos, menores de edad. Al escuchar la dirección, varios de los patrulleros torcieron el gesto. Habían acudido allí en ocasiones anteriores por broncas protagonizadas siempre por el mismo tipo, un exfuncionario de prisiones que en los últimos tiempos andaba desquiciado.

Al escenario llegaron media docena de policías, todos ellos agentes de seguridad ciudadana, la primera línea de la Policía y la más peligrosa. Son hombres y mujeres que toman a diario decisiones críticas en pocos segundos y sin apenas información. Hace poco, una veterana inspectora que pasó muchos años en Homicidios y hoy está en seguridad ciudadana, me lo puso en negro sobre blanco: “al tirar una puerta abajo, en policía judicial contabas con toda la información de lo que había detrás; en seguridad ciudadana vas al desnudo, intervienes sin saber nada de lo que te puedes encontrar”.

Algo de información tenía los patrulleros de Valladolid sobre el hombre denunciado. Su propia esposa había advertido a los agentes en alguna intervención anterior que “iba a liarla muy gorda”. Los policías se presentaron allí y comenzaron a negociar con el energúmeno que retenía a su mujer y a sus dos hijos. La calle enseña bastante y ayuda a improvisar cuando no hay negociador oficial a mano: cálmese, lo importante es que nadie vaya a salir herido, todo se puede hablar… El lenguaje como herramienta para rebajar la tensión. Todo parecía ir bien. Primero salieron los dos menores y detrás la mujer. El secuestrador dejó la casa instantes después, convertido en un ninja: blandió un enorme cuchillo y se abalanzó sobre David, que estaba en primera línea y que se llevó tres cortes en la cara, el hombro y el cuello. Por poco no lo cuenta: no le cortó la garganta por centímetros.

David recibe a estas horas el cariño de su familia, sus compañeros y hasta del ministro del Interior, que lo llamó para interesarse por su estado. Vaya un abrazo para el patrullero desde este rincón digital y una sugerencia para los que se toman la molestia de leerme: la próxima vez que vean a un par de policías uniformados en un zeta reflexionen sobre cómo son sus jornadas y pónganse por unos instantes en sus botas antes de decir cualquier estupidez.