Hace unas semanas asistí a un evento donde se ponía de relieve el poder femenino. El poder de las mujeres que han llegado alto, con mucho esfuerzo, con mucha pasión y sorteando las barreras impuestas propias de nuestro género. Se habló de cuotas, se habló de ser autosuficientes, se habló de estar unidas, de no estar calladas, de alzar la voz y de justicia social, que a fin de cuentas es lo que nos tiene que mover para que la sociedad entienda que el feminismo y la igualdad es cuestión de justicia social. Nada más. Pero entonces el discurso derivó a la necesidad de tener más autoestima, a creernos que realmente podemos, a la importancia de tener independencia económica y de ser capaces de conseguir nuestras metas.

Y en este momento ese poder femenino, lleno de sororidad y amor se diluyó. ¿Qué metas vas a ponerte cuando tu único objetivo es sobrevivir? Porque siempre que se habla de poder femenino imaginamos a más mujeres directivas, imaginamos romper ese dichoso techo de cristal y ser más mujeres líderes en esta sociedad construida por y para ellos. No seré yo quien diga que esto no es necesario. Siempre lo reivindico. Es fundamental. Necesitamos más mujeres en el poder, más mujeres en las tomas de decisiones, en los consejos directivos y en las direcciones políticas. Simplemente y tan sencillo porque solo así nuestros derechos estarán representados y podremos conseguir la igualdad real. Simplemente y tan sencillo porque somos la mitad de la población y no se nos puede dar la espalda por nuestra condición de mujer, sino todo lo contrario.

Pero entonces la palabra "poder" se quedó muy dentro de mí, mientras escuchaba a mujeres que no han sufrido situaciones graves de desigualdad, pero que son capaces de empatizar y de luchar por todas, por supuesto que sí. Pero no lo han sufrido, no. Y me faltan las voces silenciadas de aquellas que tienen que sacar las fuerzas de donde ya no les quedan para salir adelante, para luchar por sus familias, para convertirse en mujeres con poder en su casa, en su trabajo, en la calle y en su día a día. Y simplemente sobrevivir.

Mujeres con un enorme PODER FEMENINO que a diario me escriben en redes sociales contándome situaciones de horror vividas cada día. Con el simple objetivo de desahogarse, de compartir, de no sentirse tan solas. Estas mujeres, ¿qué pensarían si presenciaran esas mesas de debate sobre feminismo? Hasta que ellas no estén representadas también estamos solo contando una parte de la realidad social, la más pequeña porque la cruda realidad está ahí fuera, esperando ser escuchada, reconocida y visibilizada.

Solo hoy en una hora me han escrito 10 mujeres con historias muy duras, de las cuales destaco estas cuatro por poner ejemplos:

Mujer 1 con depresión postparto, con necesidad de gritar, de pedir ayuda, sumida en un grito de soledad muy profundo que me ha atravesado el alma. Con una mochila de culpa gigante que no le deja avanzar. Su situación económica tampoco le permite disponer de la ayuda psicológica, así que yo he intentado con lágrimas en los ojos hacerle ver que no está sola.

Mujer 2 se ha despertado triste e indignada, enfadada porque su pequeño de 18 meses tenía unas pruebas en el hospital y no le daban esas horas, en un puesto de trabajo donde con organización y apoyo de los compañeros/as no sería un gran problema. No es opción para ella cogerse el día de vacaciones y no cobrar. Necesita ese dinero para llegar a fin de mes.

Mujer 3 ha pasado una noche terrible porque su pequeña está muy enferma y prefirió mentir esta mañana a su jefe diciendo que era ella la que estaba enferma para poder cuidarla. No tiene familia cerca ni otra posibilidad para superar la falta de conciliación en un día como hoy. Solo espera que hoy la pequeña se recupere y que mañana el Dalsy obre el milagro para poder ir a trabajar. Es madre soltera.

Y Mujer 4 me ha roto el corazón. Porque ayer fue el Día Internacional contra la Violencia Machista y ella sufrió violencia machista. "Conseguí la fuerza que te da tener un hijo. Estuve muy respaldada por mi familia y mis amigas que todas denunciaron y eso hizo más fuerte mi denuncia". Me cuenta que ella es una privilegiada porque tiene su negocio propio y nunca dependió económicamente de él. Se indigna porque ella dice que el calvario no acaba en la denuncia. Pese a tener la custodia completa y que el padre no ha querido saber nada del pequeño en cinco años, ahora quiere verlo. El niño llora, ella lo pasa fatal porque a ojos de la ley ese maltratador tiene los mismos derechos que cualquier padre. Ella quiere visibilizar su historia porque piensa que las que mejor pueden hablar de ello son las que lo han sufrido. "Para que esas mujeres sepan que no están solas y para que se entienda que la lucha no acaba en la denuncia". Y termina diciéndome: "Tenemos que enseñar a las mujeres que no deben depender de un hombre, que deben ser autosuficientes para ser dueñas de su vida".

Este mensaje que nos daban nuestras madres hace 20 años sigue ahí fuera, latiendo más fuerte que nunca. Repensemos cómo lo estamos haciendo. Exijamos más compromiso gubernamental, más ayudas, más apoyo, eduquemos en igualdad.

Este es el verdadero poder femenino. Alzar la voz. Destapar las historias que hasta hace poco se ocultaban por miedo y combatir fuertes y unidas en esta batalla que no acaba.