Como cada mañana, hoy también me arreglaba en el baño al borde de un ataque de nervios. Es tal la tensión, el vivir en alerta constante que se me pone hasta un tic en el ojo imposible de parar hasta que mis hijas salen por la puerta. Echo de menos despertarme relajada y comenzar la mañana sin parecer que estoy en un campamento militar, todo el rato dando órdenes y con el miedo en el cuerpo de que pueda aparecer el peligro en cualquier momento.

El otro día nos despertamos los cuatro sin Luchi y todo parecía más lento, no quiero imaginar el momento en el que se independicen, que dicen por ahí que echaremos de menos el ruido. Ya os digo que no preocuparse, nos acostumbraremos. A lo bueno se acostumbra una rápido. Volvamos a la mañana. Tenemos los tiempos contados. No nos gusta demasiado madrugar porque en esta casa Morfeo nos abraza demasiado tarde. Así que medimos los minutos para que nos dé tiempo a levantarnos los cinco, prepararnos y comenzar la jornada. Yo me encargo de vestir a Luchi, la pequeña de tres años, y de ayudar a la mediana con el peinado de moda y la ropa. Entre cosa y cosa, la mayor se acerca a contarme el sueño que ha tenido, a decirme su plan del día en el campamento de verano o si puede felicitar a no sé qué amigo que hoy cumple años. Mi respuesta automática es "sí", es demasiado pronto para estar atenta a lo que me está contando y tengo demasiado sueño para discutir. "Sí, hija, sí".

Cuando las tres pasan a la siguiente fase: el desayuno, el marrón es del padre, que ya tiene medio listo el tema. Organizan mochilas, se embadurnan en crema solar y bailan unos reguetones con más intención que talento. Mientras, yo paso a atusarme los tres pelos de madre que se me han quedado, colocarme lo primero que pillo al abrir el armario y pintarme como se pintan las mujeres de mi generación: la raya del ojo rápida, un poquito de antiojeras y el brillo de labios por no asustar en la primera 'call' que tengo en media hora. Os prometo que cuando veo cómo se maquillan las jóvenes de hoy en día hiperventilo. No tengo capacidad para tanto.

Estaba poniéndome rímel, hoy no tenía el cuerpo para raya, cuando empiezo a escuchar de fondo, mezclado con el nuevo single de Shakira (al final me acabará gustando) el soniquete de Luchi. Empieza leve, como suave y lejano, pero continuo, en apenas unos microsegundos va in crescendo hasta que de pronto sube a una intensidad incómoda, molesta, que despierta un resorte en mí casi inconsciente.

- "¿Qué pasaaaaaa?", grito desde el baño. ¿Qué ha pasado ahora?

Siempre pasa algo, siempre grita por las mañanas, a veces porque la coleta está mal colocada, otras porque la ropa no es de su agrado y otras, como hoy, porque no quiere "ese pan". "Ese pan" que siempre le gusta, hoy grita que no…

- "¿Qué le pasaaaa al pan?", le pregunto. ¿Qué le pasa hoy al pan, Luchi?

28 de julio. A una semana de las vacaciones, con un terral malagueño infernal y un aire acondicionado que no funciona en media casa, yo ya no puedo más y la disciplina positiva la lanzo por la ventana, si es que algún día estuvo en esta casa. Me acerco a ella y le digo: "Deja de llorar y cómete el pan, Luchi". Hoy le he puesto la coleta en el lugar exacto que le gusta, he dejado que elija su vestido amarillo preferido, sí, ese que se pondría cada día de su vida para todo (bueno ese es el de Frozen, pero por las mañanas lo escondo bajo llave), he gestionado que quisiera ir en chanclas al colegio, pero hoy era el turno del pan, ese que no esperábamos que entrara en escena. Hoy el pan era el germen de la primera rabieta del día.

- "Mamá, no le digas que se coma el pan, ¡primero se tendrá que tranquilizar!".

La sabiduría en los ojos de una niña de ocho años, su hermana, que, con toda la razón del mundo, mira a la pequeña, llena de lágrimas y mocos y piensa: "¿Cómo pretende mi madre que se coma el pan en estos momentos?". Respiro o más bien resoplo, con el zasca de mi mediana y abrazo a Luchi, recordando los consejos de "la oxitocina es la mejor aliada en estos casos", que en algún libro leí, y comienza, con el corazón encogido a comerse el pan.

Suena ahora 'Clavaito'. Atentas a la letra: "Tan clavaito que duele, tan clavaito que gusta, aquí estoy tras una botella" … No 'comments'. Veo que Luchi la tararea y la hermana la baila descoyuntada. Yo no digo nada y me doy la vuelta.

Parece que todo en orden. Me pongo un café, mientras la mediana me pregunta que dónde están sus gafas y la mayor me pide la merienda. "Otra vez plátano, no, mamá". Vuelvo al café medio frío, me lo trago de un sorbo. El café que debería tener ya preparado en la mesilla de noche al levantarme para que la paciencia me durara un poco más. Me pongo otro y pienso en voz alta: "Ocho días, Laura". Ocho días para abrazar el caos de las vacaciones. Habrá rabietas, pero yo las enfrentaré sin horarios, con el bikini puesto y el modo 'slow' activado hasta septiembre.

Así que con un poquito de fe y mi realidad mañanera de Malamadre cualquiera, sobreviviendo a los Juegos de la Conciliación en verano, me despido, "hasta luego Muro de laSexta". Nos vemos muy pronto para seguir luchando, reivindicando y viviendo la maternidad con realidad y humor, que falta nos hace. Cuídate mucho. Busca tus ratos de soledad. Y gracias por leerme.