Casi no hemos vuelto y ya estamos agotadas, ¿cómo es posible esto? Aquí estamos a mitad de septiembre, olvidando el espíritu de las vacaciones, que nos prometimos no abandonar, mientras vemos la rueda de la vida (personal y laboral) comenzar a girar y girar y girar, sintiendo el miedo en el cuerpo de que nos atrape y nos lance al otro lado del mundo sin compasión. A la cabeza me viene la escena de la protagonista de la magnífica serie 'La Asistenta' siendo engullida por el sofá y cayendo en un pozo oscuro, en el que dejó de hablar y reaccionar.

"Vale. No dramatices", pensaréis algunas. Pero os cuento. Llegué al comienzo de curso, como seguro muchas de vosotras, con el firme propósito de mantener los hábitos y la actitud del verano, que no es más que abrazar un poquito el caos, romper la rutina de vez en cuando, cuidarme cuando sacaba un hueco, mantener los paseos matutinos y sentir que soy dueña de mi vida. ¡Ja! Me ha durado dos telediarios… Lo que tarda en llegar un cliente metiendo presión sin sentido, lo que tarda en coger una de mis hijas un virus de estómago o lo que tardo yo en desquiciarme porque no se acuestan a la hora que hemos establecido, porque no consigo avanzar con un proyecto, se me ha olvidado tender la lavadora, no tengo leche en la nevera o no he pasado por la farmacia a comprar las gotas que mandó el pediatra hace tres meses. Y no será por listas, que un día acabo enterrada en ellas. Y no será por no planificar, organizar, pensar y repensar cómo mejorar esta sensación de "nollegoatodo". Así que, con el inicio de curso, no solo llega la calma por no escuchar mil veces "mamá, me aburro", también llega la vuelta al cansancio. Estos días le he echado la culpa a la luna y al mercurio retrógrado, pero esto se acabará, ¿y a qué me agarro yo entonces?

Algunas compañeras, como mi paisana y poetisa María Amor Ibañez, dicen que estamos cansadas y estresadas porque "es lo que toca". Y puede tener razón porque en esta sociedad no se permite llevar un ritmo cambiado o empoderarte en tu forma de hacer las cosas. Pero más allá de eso, es normal que estemos así y que en dos días sintamos que necesitamos vacaciones desesperadamente.

Y ¿sabéis por qué? Porque como dice la neurocientífica Nazareth Castellanos entramos en modo automático. En un artículo esta semana le preguntaban por el alto coste emocional, personal y económico que pagamos las mujeres madres ante la falta de conciliación y que definimos en nuestro estudio 'El coste de la conciliación', donde el 73% de las mujeres declara sentirse agotada prácticamente a diario debido a la carga mental que soportamos. La científica explica que entramos en ese estado como mecanismo de defensa para hacer frente al aluvión de responsabilidades, que nos caen encima sin esperarlo con el inicio de curso. Ese que te impide acordarte después justo de ducharte de si te has echado el acondicionador o no. Ese que te hace sentir al final de la semana que no te ha dado tiempo a nada de lo previsto, pese a que no has parado. Dice Nazareth que nos alejamos del "estar presente", del "aquí y ahora", tan necesario para no caer en el bucle infernal de la ansiedad y el agotamiento.

El otro día mi amiga Ana Requena me mandaba una foto de un mensaje que se había puesto el viernes 9 de septiembre como recordatorio. Decía así: "decir a cosas que no". "Bien hecho", le dije. Más nos vale no olvidarlo. Quizás nuestro agotamiento también tenga que ver mucho con esto y con nuestra eterna creencia de que podemos con todo.

Llegados a este punto, yo me pregunto algo: ¿los hombres se sienten así? Muchas Malasmadres me han escrito agotadas ya el primer día del colegio, derrapando en la curva para dejar a los niños en clase a la hora que toca, si tienen adaptación o más de un hijo o hija, la fiesta ya es de traca. Los libros forrados, las extraescolares organizadas, todo el material a punto, los uniformes (si los hay) etiquetados y toda la santa parafernalia necesaria para que tus hijos e hijas estén escolarizados y tú puedas malconciliar de nuevo, rezando para que no caigan enfermos la primera semana. Y si ocurre te encomiendas al teletrabajo, si es que estás en una de esas empresas "rara avis" que apuestan por ello o solicitas la reducción de jornada como única salida o pides favores y consigues que te cambien el turno. Todo por no renunciar a lo que tanto has luchado, a lo que tanto quisiste. Tu independencia económica. Tu satisfacción personal. Tu carrera profesional.

Cuando en el fondo de ti, en el inconsciente perturbador, si te preguntaran en este preciso instante de agotamiento: ¿qué quieres hacer? Solo acertarías a decir: "quiero vivir" y "esto no es vivir", "así que, si la única solución es renunciar, ¿dónde tengo que firmar?".

Como eso es lo último que quiero, te voy a pedir una cosa. No, tranquila, no te voy a pedir que respires, que te cuides, que hagas deporte y comas saludable. Porque esto te va a suponer más presión, más carga mental y ya vas servida. Solo te voy a pedir que, si tienes pareja y es un hombre, te sientes con él y le digas lo que una Malamadre me dijo hace un par de días: "mi mensaje a mi pareja es: tu falta de corresponsabilidad perjudica mi salud mental", así que hablemos, reorganicemos este sistema que no funciona y hagamos equipo.

Porque "sí es cosa de hombres", porque "la conciliación NO solo es cosa de mujeres". Porque este agotamiento que sufrimos no es culpa nuestra, es responsabilidad compartida, de nosotras, de vosotros, del sistema y de toda la sociedad.

Y para debatir, reflexionar y avanzar en corresponsabilidad te invito a las III Jornadas Yo no renuncio por la conciliación, ojalá puedas venir si estás en Madrid o seguirlas online si estás fuera de Madrid.

Apúntate aquí.