Mañana es la fiesta de fin de curso de mis hijas en el colegio. Llegamos derrapando. Esta tarde tengo que salir a rematar uno de los disfraces que no hay manera de encontrar una camiseta flúor de las características solicitadas. Multiplica requisitos por tres y sueña con huir cada noche a una isla desierta, caipiriña en mano. Respiro mientras me pongo una alarma para no olvidarme de recoger hoy antes a las niñas, que ya no hay extraescolares y el otro día lleguÉ tarde, muy tarde. ¡Ah! Y la bolsa de la piscina de la pequeña. Lo importante es que ellas disfruten, pienso. Yo por mi parte me visualizo viéndolas bailar emocionadas e hiperventilo pensando que solo queda una semana para que comiencen los verdaderos 'Juegos de la conciliación en verano'. El padre, que a organizado nadie le gana, me dice: yo hago un excel con todo, tú tranquila.

La verdad que ya tenemos en nuestra cabeza el tetris casi completo, con algunos flecos que ya iremos solucionando sobre la marcha. ¿Qué sería de la maternidad sin imprevistos de última hora? Este verano vamos a pasar por todos los recursos que existen para poder "conciliar": las mayores pasan semanas con las abuelas, sobre todo al principio y final de verano, semanas de campamento de verano, semanas de vacaciones con nosotros, haciendo turnos, días de aburrimiento en casa mientras teletrabajamos y nos desquiciamos todos juntos, la pequeña en escuela infantil todo julio y ¡menos mal!.

Por supuesto, dando gracias por poder tener el apoyo incondicional de abuelas, contar con recursos para esas semanas de campamento y sobre todo disponer de la flexibilidad necesaria por ser autónoma. Porque yo, como tantas, emprendí para poder conciliar. Hoy en día la conciliación en verano (por no decir todo el año) es un privilegio pagado o una renuncia, de las madres claramente, que tiran de permisos sin sueldo o excedencias para poder sobrevivir a demasiadas semanas no lectivas o con opciones para todas las familias. Y es que aún no hemos conseguido diseñar un sistema de cuidados, que funcione y no deje a merced de las familias el cómo hacerlo.

Existe una brecha social impresionante en el pago de los campamentos, dependiendo de si vives en Galicia y cuentas con un "bono coidado" (lo que viene siendo un bono de cuidado para subvencionar el pago de los campamentos de verano), de si vives en una provincia con campamentos urbanos subvencionados por los ayuntamientos, que en algunos casos cuestan 50€ al mes por niño/a, o si eres una de las tantas familias sin plaza de campamento público, que tiene imposible pagar los hasta más de 100 euros por niño y semana que puede costar. Por supuesto, olvídate de campamentos en inglés, campamentos deportivos, con excursiones y que permitan a los niños y a las niñas más disfrute que obligación. Esto solo está al alcance de muy pocas familias en España.

Y en esta encrucijada del "concilia como puedas y ahorra para hacerlo posible", como me decía mi amiga Eva esta mañana, yo me pregunto: ¿y el tiempo de verano de calidad? ¿Dónde queda disfrutar de las vacaciones, poder organizarlas con calma para tener tiempo en familia? ¿Dónde colocamos el derecho ansiado a que podamos pasar al menos unas semanas de descanso, desconectando, recargando pilas, sin tantas preocupaciones para afrontar con algo de energía la vuelta al cole? Las madres nos hemos convertido en malabaristas estivales, con ojeras pesadas y culpa a cuestas. Nos sentimos mal por colocar a los niños donde podemos, porque sigan madrugando en verano y enlazando planes como si nos molestaran. Y al mismo tiempo soñamos con algo de liberación y de tiempo propio, que solo llega si eres una privilegiada, que hace equipo en casa, que puede delegar el cuidado o hacer una escapada con las amigas, tirando de abuelas y sin mirar atrás.

La mayoría de las madres sueñan ya con la vuelta al cole en septiembre, sin pasar por la casilla de salida del verano y saltándose la temporada de playa, el bronceado de anuncio y los paseos en barcos, que ahora comenzarán a llenar el feed de Instagram, haciéndonos sentir aún más desgraciadas mientras comemos sandía en un tupper y las niñas me reclaman: "mamá, deja de trabajar, que queremos jugar".