Nuestros antepasados ya consumían alcohol desde hace unos diez millones de años. Una mutación genética propició que los homínidos contasen con una enzima que les permitía metabolizar el etanol que producían las frutas caídas del árbol incluso cuando ya estaban altamente fermentadas. Esto supuso una ventaja adaptativa, es decir, mayor probabilidad de supervivencia en periodos de escasez de alimentos.

Este proceso de fermentación que ocurre en las frutas de forma natural es lo que hace miles de años aprendimos a provocar hasta obtener bebidas alcohólicas fermentadas como la cerveza, el vino o la sidra. Otras bebidas de mayor graduación alcohólica como licores y aguardientes se obtienen por destilación, por eso se llaman bebidas alcohólicas destiladas.

Las bebidas fermentadas son en muchos lugares un valioso bien cultural, con una gran relevancia económica, patrimonial y medioambiental. No es de extrañar que el vino se considere un sinónimo de civilización. Las bebidas fermentadas forman parte de nuestra gastronomía y de nuestra tradición, aunando las tecnologías más modernas con las más atávicas, dando como resultado bebidas sofisticadas y llenas de matices.

El valor cultural es la cara luminosa de las bebidas alcohólicas. Sin embargo, el alcohol tiene una cara oscura. Es por eso el 15 de noviembre se celebra el Día Mundial sin Alcohol. Es una iniciativa de la Organización Mundial de la Salud para concienciar de las consecuencias sobre la salud del consumo de alcohol.

Todavía hay quien cree que el consumo de alcohol es saludable siempre y cuando se haga con responsabilidad y moderación. Sin embargo, no existe un valor objetivo de consumo responsable y moderado de alcohol, así que se trata de un eslogan vacío, o más bien un eufemismo para pedir con elegancia que no bebas alcohol para emborracharte. Hay quien tolera una copa de vino sin notar sus efectos directos, y hay quien no puede probar ni una gota sin arruinar su vida entera y la de quienes le rodean. No obstante, aunque para algunos sea posible disfrutar del alcohol sin intención de emborracharse, en ningún caso va a proporcionar beneficios sobre la salud.

Con cierta periodicidad se publicitan bondades del alcohol con respecto a la salud. Que si el vino es bueno para el corazón, que si la cerveza es estupenda después de una carrera, que si previene enfermedades mentales, retrasa el envejecimiento o incluso adelgaza. Nada de esto es cierto. Hay muchas bondades en la cara luminosa del vino y la cerveza, pero ninguna de ellas concierne a la salud.El dato mata al relato:

  • El uso nocivo de alcohol es un factor causal en más de 200 enfermedades y trastornos.
  • Cada año se producen 3 millones de muertes en el mundo debido al consumo nocivo de alcohol, lo que representa un 5,3% de todas las defunciones.
  • En general, el 5,1% de la carga mundial de morbilidad y lesiones es atribuible al consumo de alcohol, calculado en términos de años de vida ajustados en función de la discapacidad.
  • Más allá de las consecuencias para la salud, el consumo nocivo de alcohol acarrea importantes pérdidas sociales y económicas a las personas y a la sociedad en general.
  • El consumo de alcohol provoca defunción y discapacidad a una edad relativamente temprana. Entre las personas de 20 a 39 años, aproximadamente el 13,5% del total de muertes son atribuibles al alcohol.
  • Existe una relación causal entre el consumo nocivo de alcohol y una serie de trastornos mentales y del comportamiento, además de enfermedades no transmisibles y traumatismos.

Estos datos están respaldados por las principales autoridades sanitarias y por tanto representan el consenso científico. Entonces, ¿de dónde salen los estudios que dicen que pequeñas dosis de alcohol pueden ser beneficiosas para la salud? En la mayor parte de los casos se trata de tergiversaciones de estudios científicos y sesgos de confirmación. Por ejemplo, el vino contiene flavonoides y antioxidantes como los polifenoles, entre ellos el más famoso es el resveratrol, que sí serían beneficiosos para la salud. Sin embargo, no se puede juzgar un alimento por sus ingredientes por separado, sino en conjunto, y a pesar de que el vino o la cerveza contengan sustancias interesantes, el alcohol las eclipsa. Sería como decir que una galleta es estupenda porque contiene mucha fibra y obviar que también está atiborrada de azúcares y grasas saturadas.

Además de sesgos de confirmación y conflictos de interés, es importante que la interpretación de los estudios tenga en cuenta los factores de confusión. Por ejemplo, algunos estudios pueden llevar a la conclusión de que consumir una copa de vino de calidad al día está asociado con una mayor longevidad y calidad de vida. En estos casos la comodidad económica de la que gozan las personas que se pueden tomar un buen vino cada día es más relevante para su salud que el consumo de vino en sí, por eso hay que tener en cuenta el nivel socioeconómico en los estudios de consumo. A esto se le llama en ciencia factor de confusión, a los factores que distorsionan la asociación entre otras dos variables. De hecho, la pobreza es el factor de riesgo más relevante para la salud.

De este tipo de interpretaciones sesgadas e interesadas de algunos estudios científicos se ha extendido el mito más arraigado sobre el consumo de vino: "una copita de vino es buena para el corazón". Sin embargo, la evidencia científica dice todo lo contrario. Ya en 2012 la Organización Mundial de la Salud publicaba en su informeAlcohol in the European Union que "el alcohol es perjudicial para el sistema cardiovascular". La Comisión Europeatambién publicó que "un consumo moderado de alcohol aumenta el riesgo a largo plazo de sufrir cardiopatías".

En 2014 la revistaBritish Medical Journal publicaba una extensa revisión de 56 estudios epidemiológicos sobre consumo de alcohol. La conclusión fue clara y contundente: "el consumo de alcohol aumenta los eventos coronarios en todos los bebedores, incluyendo aquellos que beben moderadamente".

En 2016, en la revista BMC Public Health se publicó que cada año mueren 780.381 personas por enfermedades cardiovasculares atribuibles al consumo de alcohol.

Tampoco es cierto que el consumo moderado de alcohol previene la mortalidad, sino que «el bajo consumo de alcohol no ejerce beneficios netos en la mortalidad al compararlo con la abstinencia de por vida o el consumo ocasional de alcohol», tal y como se ha publicado en 2016 en la revista Journal of Studies on Alcohol and Drugs.

No solo queda claro que el consumo de vino incrementa el riesgo de sufrir cardiopatías, sino que múltiples estudios científicos han concluido que el consumo de alcohol está relacionado con otras enfermedades, entre ellas los cánceres, algo que se ha probado con el mayor nivel de evidencia posible. Así, la Organización Mundial de la Salud en su Informe Mundial de Situación sobre Alcohol y Saludpublicado en 2015 concretó que "un consumo tan bajo como una bebida diaria causa un aumento significativo del riesgo de algunos tipos de cáncer". Y en 2016 elFondo Mundial para la Investigación del Cáncer detalló que "existen evidencias científicas sólidas de que el alcohol incrementa el riesgo de padecer 6 cánceres: mama, intestino, hígado, boca/garganta, esófago y estómago". El vínculo entre consumo de alcohol y cáncer va más allá de la estadística. No se trata de un simple vínculo, sino de una relación causal bien establecida: el agente responsable directo del desarrollo de los cánceres citados es el consumo de alcohol, "incluso a dosis relativamente bajas".

En conclusión, hay razones culturales, económicas, patrimoniales y hasta medioambientales por las que defender las bebidas alcohólicas fermentadas, pero ninguna de ellas debería ser la salud.