En los años sesenta un grupo de filósofos y artistas llamados situacionistas reivindicaron el paseo como forma de ejercicio artístico e intelectual. A mí me gusta salir de la ciudad caminando. Es como atravesar un umbral secreto. Más allá de las zonas habituales de tránsito apenas me cruzo con nadie. Puedo pasear así durante horas, a solas con el paisaje. Ahora todos los paseos son raros. Me pongo la mascarilla como parte del atuendo, aunque sepa a ciencia cierta que no voy a contagiar a nadie.

En diferentes localidades de España hay parques y jardines cerrados desde marzo. Algunos accesos se han restringido a lo largo de estas últimas semanas con la idea de frenar la nueva ola de contagios. No solo se han precintado columpios y toboganes, sino parques enteros. En marzo se tomaron medidas a la luz de las limitadas evidencias científicas de ese momento. A toro pasado es muy fácil criticar. Ojalá supiésemos entonces todo lo que sabemos hoy. Entre otras cosas no habríamos restringido el acceso a espacios abiertos. Perpetuar y repetir esa medida es un error.

En el centro geográfico de la ciudad en la que vivo, A Coruña, tenemos un parque de más de 50.000 m2. Es el Parque de Santa Margarita donde se encuentra la Casa de las Ciencias. Los coruñeses lo llamamos «el monte». Es uno de los lugares patrios de mi infancia. Solo se restringe el acceso cuando hay alerta de temporal, así que, salvo esas ocasiones se ha mantenido abierto durante la pandemia. El paseo de la Ciencia sigue abierto ahora, por supuesto, haciendo honor a su nombre.

Vista del Parque de Santa Margarita desde la Torre Costa Rica de A Coruña. Fuco Rey.

La decisión de las administraciones de cerrar los parques parece caprichosa. En unos lugares sí, en otros no, ahora sí, ahora no. Es cierto que las restricciones han ido cambiando e irán cambiando según las necesidades y a medida que vayamos generando más conocimiento científico. Es lo esperable y lo correcto. Algunas decisiones también podrían depender de las características propias de cada territorio. Pongo como ejemplo la densidad poblacional como una variable muy relevante. Aun así, la evidencia científica actual no justifica el cierre de parques, sino todo lo contrario.

Sabemos que es fundamental promover las actividades al aire libre. En espacios abiertos el riesgo de contagio es mucho menor. Las autoridades sanitarias de todo el mundo coinciden en esto. Esa es la razón por la que en algunos países el uso de mascarilla en exteriores es opcional y solo es obligatorio en espacios cerrados.

En espacios abiertos es más fácil mantener la distancia interpersonal y las partículas en las que viaja el virus se dispersan con eficacia en ambientes bien ventilados. Estas partículas ni se ven ni se huelen, pero podemos describir los diferentes escenarios a través de la analogía de los fumadores pasivos. Las gotas y aerosoles de los portadores del virus serían las nubes de humo que exhalan un grupo de fumadores. Analizamos cómo esto afecta al resto de los presentes. Cuantas más personas en un espacio cerrado, cuantos más fumadores, cuanto más reducido sea el recinto y peor ventilado esté, antes se llenará de humo. En cambio, en un espacio abierto el humo se diluirá en un gran volumen de aire y los no fumadores apenas podrán percibirlo.

La principal vía de propagación del coronavirus son estas partículas que expulsamos al hablar, toser o estornudar. En un lugar secundario están los fómites, los objetos contaminados que podemos tocar y llevarnos a la cara. Tenemos la certeza de que las partículas más pesadas son gotas que describen trayectorias balísticas, caen al suelo inmediatamente y tienen un alcance máximo de unos 1,5 m, de ahí la recomendación de mantener la distancia de seguridad. Hay otro tipo de partículas más ligeras que denominamos aerosoles por su comportamiento aerodinámico. Los aerosoles tienen la peculiaridad de mantenerse en suspensión, flotando en el aire durante más tiempo, y proyectarse más allá de los 2 m.

Durante mucho tiempo se creyó que cualquier partícula de 100 µm de diámetro tendría un comportamiento balístico. Pero esto es un error. Gracias a estudios aerodinámicos sabemos que hay partículas de entre 10 y 100 µm que se comportan como aerosoles.

Cada vez hay más evidencia científica de que el contagio puede producirse a través de aerosoles. Producimos gran cantidad al gritar, cantar, fumar, hacer ejercicio y respirar agitadamente. En estudios realizados sobre el SARS-CoV-1, se midió que las partículas de diámetros de 1 a 3 µm permanecieron suspendidas casi indefinidamente, las de 10 µm tardaron 17 minutos en caer al suelo, las de 20 µm tardaron 4 minutos y las de 100 µm tardaron 10 segundos.

De momento no hay consenso entre las autoridades sanitarias sobre si los aerosoles se deberían considerar vía de contagio principal. Por ejemplo, la OMS no descarta esta posibilidad, pero tampoco la considera suficientemente probada. Sin embargo, el 18 de septiembre los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) de Estados Unidos han incluido los aerosoles como una de las vías de contagio principales. El 21 de septiembre por la noche, cuando este cambio se había convertido en noticia, eliminaron la publicación incluyendo el siguiente mensaje: «Se publicó por error una versión preliminar de los cambios propuestos a estas recomendaciones. Los CDC están actualizando sus recomendaciones con respecto a la transmisión aérea del SARS-CoV-2». Esto ha causado un gran revuelo en la comunidad científica y en los medios de comunicación.

El debate científico se centra en probar que los aerosoles pueden albergar suficiente cantidad de virus como para contagiar a otras personas. La balanza se inclina cada vez más hacia el sí. El papel de los aerosoles podría explicar la elevada tasa de contagio de la COVID-19. Por eso para disipar las dudas es fundamental la cooperación entre diferentes disciplinas científicas: ingenieros, físicos, químicos, biólogos, epidemiólogos…

Tener bien descritas las vías de propagación es determinante para entender por qué unas enfermedades tienen una tasa de contagio mayor que otras. Por ejemplo, el sarampión se contagia a través de gotas y aerosoles, tiene un número básico de reproducción (R0) de 12-18. Cada infectado contagia de media a 12-18 personas. El ébola es de 2-3. La COVID-19 podría estar entre 4-6.

Aunque las autoridades sanitarias se resisten a reconocer los aerosoles como una vía de contagio principal, ya se han tomado medidas por principio de precaución, como optar por las reuniones al aire libre o mantener bien ventilados todos los espacios de convivencia para evitar acumulación de aerosoles.

En un sentido práctico, considerar a los aerosoles como una vía principal de contagio no cambia significativamente las recomendaciones, pero sí sirve para revisar prioridades, que no es poco: distancia, espacios abiertos y mascarilla. Esto significa que habría que optar por actividades al aire libre y por implementar sistemas de ventilación eficientes en espacios cerrados, sobre todo de cara al invierno.

Los espacios cerrados más controvertidos son aquellos en los que se sigue permitiendo la estancia sin mascarilla. Por ejemplo, en trenes y aviones está permitido servir comidas, con lo que cientos de personas están durante bastante tiempo en un espacio reducido sin ninguna medida de protección. En algunos centros escolares todos los alumnos almuerzan a la vez dentro de aulas en las que no se respeta la distancia de seguridad. No en todas las localidades es obligatorio usar mascarilla en los gimnasios, aun cuando a la luz de la ciencia es una de las actividades con mayor riesgo de contagio.

En bares y restaurantes ocurre lo mismo. En el momento en que te sientas en la mesa puedes retirarte la mascarilla. Para minimizar el riesgo de contagio se han reducido los aforos y algunos establecimientos han implementado sistemas de ventilación.Hay que optar por sistemas de filtración y aire acondicionado que renueven el aire. Se desaconsejan los sistemas que recirculan el aire interior. Y, siempre que sea posible, se deben mantener las ventanas abiertas favoreciendo las corrientes.

Algunas calles de mi ciudad se han transformado provisionalmente en zonas peatonales. Han sido conquistadas por paseantes y terrazas de bares y restaurantes. Hay vallas de obra y bordillos de granito desperdigados por todas partes, tratando de delimitar las nuevas vías de tránsito. Todo tiene ese carácter feo de lo provisional y contribuye al desasosiego. Como si hubiese que elegir entre lo útil y lo estético. En grandes ciudades como Londres o Nueva York también se han improvisado terrazas para que estos negocios puedan continuar con su actividad. Y en invierno, qué.

En algunos centros de trabajo estas medidas son una utopía. No puedes limitar el aforo ni promover el teletrabajo en una empresa en la que el trabajo es estrictamente presencial: centros escolares, supermercados, fábricas… No puedes mantener las ventanas abiertas ni trabajar en el exterior cuando llueve y hace frío. De condiciones de trabajo precarias ni hablamos. La peor parte siempre se la llevan los mismos.

Ojalá no se hubiesen cerrado parques en verano, ojalá se hubiesen fomentado las actividades al aire libre, facilitado la ampliación de terrazas, reforzado la asistencia social y sanitaria en las zonas más desfavorecidas, que también suelen ser las más densamente pobladas. Ojalá se garantizase el acceso a todos a mascarillas de calidad, sobre todo en colegios y trabajos de cara al público. Ojalá se reforzase el transporte público para evitar aglomeraciones. Se ha hecho poco. Pero nada de esto ha sido por falta de evidencia científica. Esta vez no.

Por eso llegar a mediados de septiembre con transmisión comunitaria y proponer como medida preventiva el cierre de parques es un insulto a la ciencia. Si el problema de los parques son los botellones, que se centre el tiro en los botellones. No privéis a la gente responsable de los espacios más seguros de las ciudades.

Entiendo que en una pandemia nada es perfecto y todo resulta insuficiente. Pero al menos las medidas que se tomen desde las administraciones deberían estar basadas en la evidencia científica y, por tanto, secundar las recomendaciones de las autoridades sanitarias, que para eso son las portavoces del consenso científico. Solo así las medidas tomadas podrán servir de algo.

No todo es Madrid, pero no hay clic hasta que algo sucede en Madrid. Hay parques cerrados en decenas de localidades españolas. En Galicia no ha sido así. Recientemente se han hecho restricciones en Silleda y en Marín, ninguna de ellas ha implicado el cierre de espacios abiertos. Se han reducido aforos en espacios cerrados y se ha protegido a la población más sensible con medidas específicas en centros de día y residencias. Así que esto no va de política, sino de ciencia. Abran los parques antes de que el invierno nos encierre.