"Jamás había visto algo parecido. Las imágenes que hemos recogido de los teléfonos móviles requisados son verdaderamente espeluznantes. El detenido acuchilló de forma compulsiva a la víctima y dejó de hacerlo cuando ya no pudo más". Son palabras de una fuente policial vinculada a la investigación del asesinato acaecido el pasado sábado día 1 de junio en el barrio de Santa María que pertenece a la barcelonesa población de Montcada i Reixac. Ocurrió hacia las 10 de la mañana, en plena vía pública, ante la mirada incrédula de varios vecinos, transeúntes y clientes del 'Bar Alzina' (conocido por los montcadenses como Bar Petit), situado a escasos metros del lugar dónde se produjo la agresión.

Ella buscó ayuda

Ocurrió el sábado, pero la tragedia se mascó desde el martes anterior. Ese día, una joven venezolana, recién instalada en el barrio, se personó en el 'Bar Alzina' (relativamente cerca de su domicilio), se presentó cordialmente a sus propietarios y, tras charlar con ellos, les entregó una fotografía de un joven español de 26 años con el que había mantenido antaño una relación sentimental pero que, según ella… "Me busca para matarme. No soporta que lo hayamos dejado y me amenaza con quitarme la vida. Por favor, si le ven merodeando por el barrio, avísenme" y les facilitó el número de teléfono junto con la mencionada foto.

Los Mossos lo sabían

Joan, el propietario del bar se puso a disposición de la joven, pero antes llamó a los Mossos. Una patrulla de seguridad ciudadana no tardó en personarse en el 'Bar Alzina'. Los agentes hablaron con la mujer. Escucharon sus temores y tomaron nota (a la postre y en función de lo que acabó sucediendo, no parece que se hiciera todo lo que se podría haber hecho ante la alarma que había encendido aquella joven venezolana).

El viernes anterior al día de autos, la joven y un amigo suyo, también venezolano, cenaron en el mencionado bar. Al acabar, cada uno se fue a su casa.

Y apareció el asesino

El sábado amaneció soleado, el cielo era limpio y las calles de Santa María olían a la frescura que emana del asfalto, aceras y jardines recién remojados. Un trabajador del bar subió la persiana como de costumbre, sobre las 8h, y en la puerta ya aguardaba un joven de 26 años al que nunca había visto por el barrio. "Un café con leche caliente, con dos terrones", pidió el solitario cliente. El camarero se lo sirvió solícito, junto con una galleta de cortesía.

El joven se situó de cara a la calle que podía observar en una amplia panorámica, gracias a las cristaleras del establecimiento. Pasaron los minutos y sin ser incómoda, la presencia de aquel joven, obsesionado con la calle, con la mirada perdida en todos los sitios y en ninguno en concreto, resultaba como poco, llamativa. La esposa de Joan fue la que cayó en la cuenta: aquel muchacho extraño, callado y ensimismado era el que aparecía en la fotografía que el martes anterior les había entregado la joven venezolana. Un sudor frío recorrió la espalda de la mujer.

Ya fue demasiado tarde

Inmediatamente, la propietaria del bar llamó a la amenazada, pero ésta ya se encontraba en plena calle, a merced del radar de su agresor que la vio como caminaba junto a su amigo venezolano y como si le hubiera poseído el mismísimo demonio salió a la calle y enfurecido les paró el paso. El amigo de la joven se interpuso entre el agresor y la chica. Los clientes del bar, ante la situación en ciernes, como impulsados por la premonición de lo que iba a suceder, se llevaron a la muchacha y la introdujeron en el establecimiento.

El agresor, con los ojos borrachos de odio y fuera de sí, sacó un enorme cuchillo y de un golpe secó le cortó el cuello al joven que cayó fulminado al suelo. Los clientes del ‘Bar Alzina’ y los transeúntes que se encontraron de bruces ante tamaña escena se refugiaron en el establecimiento, mientras un charco de sangre se extendía incontinente bajo el cuerpo del joven herido.

La locura más absoluta

El agresor balbuceando chasquidos y gruñidos inconexos, agudos y estridentes se arrodilló frente a él, y tras coger aire, como quien va a empezar una carrera, le asestó decenas de puñaladas con una ira despilfarrada e incontenible. "No paraba, era como si estuviera poseído, enloquecido. Fueron varios minutos sin parar. Una carnicería que detuvo sólo cuando, por cansancio, el agresor ya no pudo más y momentáneamente se apartó del herido (que todavía y a pesar de todo, continuaba con vida) quien sabe si para coger el aliento suficiente como para seguir acuchillándole", relata un testigo.

En una de las puñaladas le seccionó los genitales que, cuando llegaron los Mossos, (con incompresible tardanza, según los vecinos) aparecieron a varios metros del resto del cuerpo junto con el cuchillo usado en el crimen.

Los heroicos vecinos

El agresor dejó de apuñalarle simplemente porque se cansó de hacerlo, y en ese momento, según explican los testigos consultados, dio muestras de vulnerabilidad, de momentáneo abatimiento. Fue entonces cuando media docena de vecinos salieron del bar al abordaje del sospechoso con sillas, palos, sombrillas que utilizaron para golpearle y, así, poder retenerlo, cosa que consiguieron a pesar de que el agresor pretendía huir.

Llegaron los Mossos, quien sabe si los mismos que se entrevistaron con la joven venezolana sólo 4 días antes, y se activó el protocolo de investigación. El crimen se había consumado. La joven salvó la vida gracias a su amigo y a los vecinos de Santa María de Montcada. Esta muchacha no se quiere ir del barrio. Sus padres han venido a estar con ella. Los vecinos ya le han hecho saber que en aquel barrio todos son como una gran familia y todos, ante el horror de esas imágenes dantescas, van a unir sus manos contra la violencia machista. De momento, todos van a recibir ayuda psicológica y el asesino está ya en la cárcel, incondicional y sin fianza. Pero la pesadilla continúa…