Tengo el gusto de presentarles a Don Manuel Carrasco Montesinos, nacido en Sevilla hace 61 años, hijo de una familia inmigrante que se instaló en Barcelona a principios de los sesenta.

Manuel Carrasco es el atracador de bancos que más sucursales ha robado en la historia de la criminalidad española: 212, según he podido contabilizar a través de los archivos de la Guardia Civil y de la Policía. Carrasco perdió la cuenta.

Siempre atracaba solo. Él y su cacharra - pistola, revolver -, un 38 largo, cargada con balas 'Bum-Bum', las conocidas como "mata-policías", balas capaces de perforar un chaleco blindado.

Siempre solo. Esa era su bandera. Le entrevisté hace 12 años en la cárcel de Soria a la que llegó desde el Puerto de Santa María, en Cádiz, tras un periplo criminal que me dispongo a explicar.

Empezó en Barcelona

"Empecé zumbando -atracando- en Barcelona. Durante los años 70 y 80, en Barcelona había mucho dinero, mucha pasta, y eso se notaba en los bares, en las tiendas, y en los bancos. Antes de que me lo preguntes, te diré que a mí nunca me faltó nada en casa. Ni mi padre era mala gente (era un currante), ni mi madre tampoco. Lo que pasa es que siempre me ha gustado la buena vida, las buenas comidas, las buenas putas, lo sibarita de la vida ¿sabes?, y por eso, me tiré al monte -me dediqué a delinquir-. Pero siempre solo y sin hacer daño a nadie", insistió de forma contumaz como lo hacen los impostores para dar una imagen que les resulte beneficiosa.

A principios de los 80 los señores de San Pablo, sobrenombre con el que el hampa conocía a los agentes del Grupo de Atracos de la Guardia Civil adscritos al SIGC (Servicio de Información), el grupo operativo que dirigía en Barcelona el entonces novel capitán de la Guardia Civil, Miguel Gómez Alarcón y los "Omega" de Jefatura, como se conocían a los distintos grupos (todos formados por inspectores que componían las unidades anti atracos de la Policía Nacional, que comandaba el inspector jefe, Paco Álvarez), empezaron a hartarse de ese tipo solitario y profesional que día sí, día también, "se zumbaba" un banco, en muchos casos, ante sus propias narices. Alarcón y Álvarez apretaron el acelerador -ambos competían en las estadísticas- y Carrasco, listo y anticipador, se las piró antes de que el séptimo de caballería cayera sobre él en Barcelona como una losa.

Se fue a Sevilla, su tierra, a donde había regresado su madre.

Lo de Sevilla, un chollo

"Atracar en Sevilla era facilísimo. Entrar en un banco era como entrar en una panadería. Me forré, me forré en pocos meses. Le monté un piso a la vieja, y yo el resto me lo gasté en juergas, mujeres y por la vena" -esa acabó siendo su perdición-. Una vez, comprando caballo en las 3.000 viviendas -barrio suburbial sevillano-, me encontré con un chaval, Antonio, 'Antoñito', un yonkorro -consumidor habitual de heroína por vía venosa- pasado de vueltas, al que tuve que zurrar para que no me la chupase a cambio de una papelina. Me dio pena. Me lo llevé a casa. Se duchó, cenó, se chutó -se inyectó una dosis- y se durmió. Le dije que eso que hacía no estaba bien, que había perdido su autoestima, que tenía que ser un hombre y que yo le enseñaría a ir por la vida. Rompiendo la promesa que un día me hice a mí mismo y con más de 200 atracos a mis espaldas, invité al 'Antoñito' a que me acompañase en el próximo palo -atraco-. Le dije que se tenía que ganar el dinero con el sudor de su frente y que luego, tenía que cogerle de los 'güevos' a la vida y empezar de nuevo. Así lo hicimos. Nos zumbamos un Banesto en Camas. 3 millones. Le di dos y me quedé con uno. Te ha tocado la lotería, chaval. Ahora no te quiero volver a ver, le dije".

Por entonces E.T.A., a través de su comando itinerante, que dirigía Henri Parot, había creado el pánico en la ciudad hispalense. La policía montó diversos controles de carretera. En uno de ellos, cayó de bruces el coche que conducía 'Antoñito', un turismo que estaba ocupado por varias prostitutas de diversa condición.

"El muy capullo -relataba Carrasco- se pensaba que el control de la pasma -policía- era por lo de nuestro atraco, ¡el muy gilipollas no había leído un periódico en su puta vida!, y el muy mierdas se derrotó -se chivó-. La pasma, claro, me puso el rabo -me siguió los pasos- y un día, cuando llegaba a casa, les mordí mientras me tronchaban -me vigilaban- para cazarme. La cosa fue de pelos. Me fui a una pensión, cogí el trasto y me fui en busca del 'Antoñito'. Sabía que siempre andaba por donde el bar de su cuñado, un garito de mierda situado cerca de Triana. Fui y no le encontré. Pregunté por él, pistola en mano, y un colega suyo, un 'sudaca' que se equivocó tres pueblos, me vaciló e incluso me quiso quitar la cacharra -pistola, revolver-, así que le golpeé, le puse de rodillas y le metí un 'taponazo' -disparo- en la cabeza".

Asesino

El atracador solitario era ya un asesino. Por lo tanto, todas las alarmas se dispararon. La prensa hablaba del terrible y enigmático personaje y Carrasco no dudo en quitarse de en medio. Con la ayuda de un consorte en Barcelona, se hizo con documentación falsa para 'pirárselas' del país. Una vez en Barcelona, con todo listo, Manuel llamó a su madre por teléfono. Carrasco se encontraba ya en las afueras de Manresa, en el norte de Barcelona. Ahí se acababa de meter una mariscada, un litro de Vega Sicilia y un cohíbas de palmo y medio entre pecho y espalda en un restaurante llamado Cal Esteve, cerca de Terrassa.

- "Hijo, que tengas suerte, pero… -su madre suspiro, aguardó unos instantes en silencio mientras decidía cómo lo decía (o si lo hacía) -has de saber… que han trincado al 'Antoñito'".

- "¿Al 'Antoñito'?, ¿a ese hijo de putaaaaaa? ¿¡¡¡Dónde está, madre, dónde está!!!?"

- "En el puerto de Santa María", respondió Dolores Montesinos.

Manuel Carrasco Montesinos, no lo dudó, era como si fuera esclavo, víctima y verdugo de su propio código de honor. Colgó el teléfono, cerró los ojos, apretó los dientes y tomo aire hasta casi reventar los pulmones y se personó, impertérrito, en la comandancia de la Guardia Civil de Manresa, mascando las últimas caladas de aquel suculento habano. "Soy el asesino de Sevilla. Sí, lo hice yo…".

Código de honor

Carrasco se entregó para ser trasladado a Sevilla, para confesar el crimen ante el juez, para entrar en la cárcel, para vérselas con 'el Antoñito' y para, finalmente, matarlo… "Cómo se merecía la muy 'chota' -chivato-, la muy perra…".

Así fue, tras un breve periplo de papeleo y traslados, pero bajo el foco de una extraordinaria presión mediática, Carrasco recaló en la cárcel del Puerto, pero contrariamente a lo que sucedía durante el franquismo (los carceleros dejaban que la chusma se matase entre ella), la Dirección General de Prisiones no se lo podía permitir e inmediatamente trasladó a Carrasco a la cárcel de Soria.

Allí le conocí, de la mano de su consorte, un gran amigo mío que le había facilitado "la papela chunga" -documentación falsa-, el mismo que le había invitado al marisco, al litro de Vega Sicilia y al cohíbas en lo que debía de haber sido una comida de despedida en su fuga a Hispanoamérica.

"Lo tenía que hacer, Carlitos, lo tenía que hacer", me repitió con la fatalidad de quien no encuentra un argumento para justificarse.

Un error, una vida

Cometió un error. Se le ablandó el corazón el día que invitó al 'Antoñito' a ganarse el dinero con "el sudor de su frente". Él no sabe, ni lo sabrá nunca -Carrasco murió hace 10 años a causa de una larga enfermedad asociada al consumo de drogas-, pero creo que el gran error fue sucumbir a su propio código.

Ahora no es otra cosa que un atracador más en la historia de los donnadie que han pasado media vida en el talego.

Por cierto, un mes después del traslado de Carrasco a Soria, la cabeza del 'Antoñito' apareció separada del cuerpo, en los lavabos del Puerto de Santa María. Le pregunté al respecto. Carrasco, me miró y no respondió…