El final del confinamiento aún queda lejos. Más vale que pensemos en mediados de mayo como la fecha en la que podamos ver sin una pantalla mediante a nuestros seres queridos. Eso es lo que estamos ansiosos por hacer cuando dejemos de estar encerrados en nuestras casas con una disciplina y responsabilidad que los españoles siempre muestran cuando es necesario y la tragedia asoma. Contamos los días para mirar a los ojos, aunque sea por encima de una mascarilla, a nuestros padres, amigos, hermanas, o sobrinos. Con agarrar la mano de nuestra madre mientras tomamos café o con gastar el tiempo charlando con unas cervezas, aunque sea en el banco de la plaza del barrio. Salir a pasear, a correr, a sentarse en un parque al sol o a gastar el tiempo en bares, restaurantes o librerías. No conocen a los españoles los que creen que cuando acabe el confinamiento vamos a mirar a otro lado que no sea a nuestra familia y amigos.

Estos días estamos viendo una ola diferente a la pandemia que es tan tóxica como la COVID19 y que muestra el desconocimiento ancestral que algunos tienen de lo que somos y queremos la mayoría de ciudadanos. Un discurso de odio que solo comprende el dolor como un medio para lograr el poder y que está intentando inculcar un sentimiento de revancha en los españoles para que cuando acabe el confinamiento salgan a la calle con antorchas. Qué vida más triste y amargada tienen que tener aquellos que creen que tras el final del confinamiento un ciudadano de este país va a salir a buscar venganza en vez de amor, cariño o consuelo.

Porque no conocen a España. Su concepción del país es tan estrecha y patrimonial que solo se relacionan en una burbuja endógama que se nutre de odio y confrontación, y creen que el resto funciona con los mismos mecanismos infames de comportamiento. La derecha en este país está poniendo palos en las ruedas del esfuerzo colectivo, dificultando y ampliando esta situación trágica y haciendo más duradera la separación familiar porque solo les mueve el odio y no conocen la fuerza que tiene el amor.

La actitud ejemplar que están dando los ciudadanos no está movida por el odio al diferente, sino por el amor a los propios y el respeto al colectivo. Todos hemos asumido con estoicidad esta situación de encierro en nuestros hogares para que la separación con nuestros seres queridos sea lo más corta posible. Lo único que esperan los españoles del fin del confinamiento es estar al lado de los suyos. Juntarse, sonreír y celebrar los que han tenido la suerte de no sufrir en sus familias la enfermedad. Abrazarse, llorar y recordar los que han sufrido el drama de la muerte entre los suyos. Los pocos que odian seguirán haciéndolo cuando esto acabe detrás de su ordenador, encerrados en sus casas, lamiéndose las heridas de su fracaso y salivando su hiel, el resto, la inmensa mayoría, saldrá corriendo a abrazar a los que aman. Es que no conocen España.