Cuando al PSOE le asoman los complejos de izquierda moderada siempre suele acudir a Pablo Iglesias. El suyo, aunque ahora también un poco al vice. Es una máxima en los más a la izquierda del PSOE, suelen ser los más jóvenes, la de acudir al legado de su fundador para defender que están en un partido de izquierdas y no tienen nada que envidiar a la izquierda contestaria. Como si el PSOE de Pablo Iglesias tuviera algo que ver con los rescoldos progresistas que dejó Felipe González tras Suresnes y después de erradicar el marxismo de su ideario. Pero ahí siguen, con un izquierdismo romántico creyendo que Pablo Iglesias no les correría a gorrazos si vieran en qué han convertido el PSOE. Esa diferencia entre fundador y partido adquiere tintes grotescos cuando se trata de posicionarse a favor de la monarquía intentando transmitir que no lo hacen, que siguen siendo republicanos.

“No somos monárquicos porque no lo podemos ser, quien aspira a suprimir el rey del taller, no puede admitir otro rey”, decía Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados el 10 de enero de 1912. Ese legado ya no existe en el PSOE. Simplemente es otro partido súbdito. La corrupción del rey nace de la pleitesía y el vasallaje de todos los actores políticos que durante años lo han sostenido de manera cortesana y ocultando todos sus desmanes y corruptelas. Y en eso el PSOE ha sido el primer campeón.

Una monarquía que nació corrupta de origen y que el PSOE reconoció corrupta. No es una interpretación libre, es literal. El voto particular republicano del PSOE en la Comisión Constitucional de asuntos constitucionales y libertades públicas explicaba el nacimiento pervertido de la monarquía por voluntad de Francisco Franco en boca del diputado Luis Gómez Llorente:

“Ni creemos en el origen divino del poder, ni compartimos la aceptación de carisma alguno que privilegia a este o aquel ciudadano simplemente por razones de linaje. El principio dinástico por sí solo no hace acreedor para nosotros de poder a nadie sobre los demás ciudadanos. Menos aún podemos dar asentimiento y validez a los actos del dictador extinto que, secuestrando por la fuerza la voluntad del pueblo, y suplantando ilegítimamente su soberanía, pretendieron perpetuar sus decisiones más allá de su poderío personal despótico, frente al cual los socialistas hemos luchado constantemente”.

Ese espíritu idealista republicano por la palabra y fiero defensor monárquico por los hechos que se fraguó en las negociaciones de la Constitución es el que se ha mantenido durante muchos años como forja del argumentario de Ferraz. Pero ya ni eso. El republicanismo en el PSOE no es más que folclore. Un adorno con el que mandar tuits el 14 de abril para parecer más rojillo. Pero a la hora de la verdad son el verdadero sostén de la monarquía. La Casa Real no sobreviviría sin el PSOE. Subsiste por ellos y el emérito les debe hasta el último euro de sus comisiones. Es el partido monárquico por excelencia, el que protege y cuida a su señor. El más efectivo de sus alabarderos.

La disonancia entre el comportamiento vasallo de las cúpulas del PSOE y el republicanismo convencido de las bases y votantes les genera un coste que no pasa inadvertido para las mentes más preclaras del partido. Al menos las que había. Alfredo Pérez Rubalcaba mantuvo el liderazgo del PSOE unos meses más, a pesar de haber dimitido como secretario general del partido, para liderar y capitalizar el descrédito que suponía llevar al PSOE a votar la abdicación de Juan Carlos I y su sucesión en Felipe VI sin posibilidad de debate interno ni externo. Era consciente de que esa actuación supondría un enorme coste para el PSOE y se inmoló otorgando un último servicio a sus majestades.

Pedro Sánchez ha otorgado a Carmen Calvo la labor de atarse a la desgracia borbónica. Es ella la que ha comandado la labor del gobierno para facilitar la huída del monarca y para defenderle ante la opinión pública. Aunque esta vez no hay posibilidad de desligar de manera efectiva al PSOE de esta maniobra de pervivencia de la monarquía ni ante sus bases, ni ante sus electores. Unirse de manera indecorosa a una institución cada vez más tóxica solo puede traerle infección por simpatía. El PSOE es monárquico, sean honestos y reconozcánlo. Hay tanto de republicanismo en el PSOE como de marxismo. Pablo Iglesias era ambas cosas, ustedes no.