La homogeneidad en las portadas del kiosko siempre produce recelo. Cuando es pagada por un gran banco, una multinacional hidroeléctrica o un gobierno deja en evidencia vasallajes conocidos pero rara vez tan evidentes. Los peajes de la publicidad en los medios son conocidos por todos los que nos dedicamos al periodismo, es un mal necesario para que muchos subsistan. Pero existen límites que algunos, pocos medios, se marcan como inasumibles en pos de su línea editorial. Es el precio de la coherencia y produce falta de recursos, estrecheces y, en ocasiones, cierres. No es el caso de los medios que pervierten su línea editorial al mejor postor vendiendo su portada a aquel que han jurado desbancar de Moncloa.

El diario liberalconservador que sostiene Atlas ha propiciado grandes momentos de la propaganda pandémica, en algunos casos de manera gratuita, como fue la portada de la máter dolorosa Ayuso, y en otros casos pagada, formando parte de la campaña de propaganda institucional del ministerio de Sanidad. Porque hay algo que no engaña nunca. La línea editorial de un periódico liberal o conservador está al servicio del mejor postor, aunque ese pagador sea el objetivo diario de sus editoriales y diatribas encendidas.

El subdirector de El Mundo intentó apaciguar a sus lectores haciéndoles creer que han sido obligados por el artículo 19 del RD del Estado de Alarma que obligaba a los medios de titularidad pública y privada a difundir los mensajes que el Gobierno considerara de interés público. La estrategia de distracción y engaño a los lectores era obligada porque estaban que fumaban en pipa al ver la campaña del Gobierno en portada después de que la dirección llevara todo el confinamiento intentando convencerlos para que se suscribieran al mundo premium arrogándose el garantismo del periodismo de control al poder. Al poder estatal, claro, porque el vasallaje ayusista ha sido vergonzante.

Lo cierto es que es mentira. El Gobierno no ha obligado a los medios a publicar en su portada su campaña. Ha ofrecido una campaña de publicidad institucional a los medios que han aceptado gustosos porque la han cobrado generosamente, como ha confirmado a este periodista uno de los directores de una de las cabeceras de tirada nacional que lo ha llevado en su portada y que reconoce con honestidad que es publicidad, sin más.

La línea editorial de algunos medios conservadores no engaña. Contra el Gobierno con todo, aunque sea mintiendo. Purgando a todo aquel que no le sirva a su cometido propagandístico y con una campaña política indisimulada de acosos y derribo. Al menos, lo honesto y lo coherente hubiera sido rehusar cobrar por una campaña de publicidad de ese gobierno socialcomunista apoyado por bilduetarras. No habrían tenido más que renunciar a los jugosos honorarios que proporciona una campaña que otros medios no han tenido la suerte de recibir.

Manuel Rivas, que es ejemplo de honestidad e integridad, cuenta una anécdota en su libro El periodismo es un cuento que muestra lo que conlleva mantener la independencia de una línea editorial que a veces simplemente te marca la conciencia. Dando sus primeros pasos como periodista en un instituto el director le prohibió sacar la revista sobre la enseñanza mixta diciéndole: "Hay verdades que no se pueden decir". Rivas, que ya era clarividente, narra su enseñanza: "Tuvimos que elegir entre el rey poder y la reina libertad, decidimos hacernos clandestinos". Basta con observar a esos periódicos que publican por dinero propaganda de quien odian para darse cuenta de que el único monarca que conocen es el dinero. Hacerse clandestino no paga reservados.