¿Se acuerdan del resultado de las elecciones municipales y autonómicas? Aquello ya pasó, fue un mal sueño. Ya no se habla de eso a pesar de que los gobiernos ni siquiera estén constituidos. Ese es el gran valor de la decisión de Pedro Sánchez de adelantar elecciones en medio de las vacaciones, cambiar la conversación de manera determinante. En España sabemos muy bien del poder performativo a nivel nacional que pueden tener unas elecciones municipales. Por unos comicios de ese tipo, la historia de España cambió de manera radical en el año 1931 haciendo que Alfonso XIII saliera huyendo por Cartagena y declarándose la Segunda República. Unas elecciones de las que la derecha sigue hablando en términos de pucherazo noventa años después. Ahora nos hemos librado porque la derecha arrasó, menos en Alcorcón, donde el PP ha perdido por 44 votos y ahí sí, ahí sí ha habido pucherazo y han impugnado los votos nulos. A ver si cuela.

Los comicios municipales de 2023 no han sido tan transformadores como los de 1931 pero han tenido la capacidad de acabar con el primer gobierno de coalición de la democracia. Pedro Sánchez ha entendido el mensaje y no se ha dejado llevar por la melancolía. El presidente del gobierno ha aceptado el envite y pone su futuro en manos de los españoles adelantando las elecciones. La primera reacción es de estupefacción porque los buenos resultados económicos y la presidencia europea de España auguraban un momento dulce, o al menos que limitase la amargura y desgaste asociados a todo fin de legislatura. Pero si algo sabe hacer Pedro Sanchez es adaptarse a las circunstancias y no esquivar la realidad, confrontarla con arrojo. El presidente del Gobierno es lo contrario al infantilismo de la izquierda que denunciaba Lenin para los suyos y que no acepta la realidad tal como le viene. No juega con escenarios ideales, ni llora por cómo se configura la realidad, la enfrenta y juega con las cartas que tiene siendo consciente de que sus estrategias arriesgadas algún día le dejarán por el camino.

Los bárbaros han llegado a la frontera y Pedro Sánchez ha decidido salir a la guerra en campo abierto, con el cuchillo mellado, sin afilar y a pecho descubierto. Lo más normal es que su estrategia sea perdedora y la ola reaccionaria que se vislumbró en las elecciones municipales y autonómicas se consolide en las generales porque existe mucha gente con ganas de tumbar al gobierno "socialcomunista". Pero si el PSOE tiene alguna posibilidad de aguantar, o de al menos evitar que el PP y VOX logren los 176 escaños necesarios para gobernar, la batalla se tiene que dar en verano porque con la llegada del frío la guerra estaría perdida después de seis meses de desgaste constante.

La decisión de Pedro Sánchez no es una genialidad táctica, es simplemente una necesidad asociada a la lectura de la realidad por un desastre electoral y una pérdida de poder incontestable. No es una jugada maestra, pero tiene sentido. Puede salir mal, pero tiene sentido. El adelanto electoral apacigua la previsible revuelta interna del PSOE por la inmensa pérdida de poder que ha dejado a muchos cargos y militantes sin trabajo, obliga a posponer la petición de responsabilidades interna a Pedro Sánchez. Otra de las claves fundamentales es intentar aglutinar el voto de la izquierda perdido en multitud de pequeños partidos y en la desmovilización propiciada por esa división y la gresca autoinfligida. Porque si el resultado ha sido malo para el PSOE lo es por el carajal que hay en la izquierda y la nula aportación del espacio poscomunista en términos de escaños a la mayoría progresista. Una dinámica que corre riesgo de repetirse en las elecciones generales, porque todos piden unidad, pero dejo escrito que en realidad ya nadie quiere esa unidad. Ni Podemos, ni Sumar.