El Holocausto no es lo mismo que el holocausto judío. Se escribe en minúscula cuando se refiere al genocidio organizado, efectivo y sistemático de la población judía por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero se escribe en mayúscula cuando se refiere al constructo ideológico creado por una oligarquía sionista a partir de 1967 para defender sus intereses de clase e invalidar cualquier crítica a la política de agresión de Israel. Esa es la teoría de Norman Filkenstein, judío, hijo de dos víctimas del holocausto y resistentes del gueto de Varsovia que explicó de manera concreta cómo el sionismo construyó un mito victimista para inmunizarse de cualquier crítica legítima para convertirla en antisemitismo.

El Holocausto, en mayúscula, es una construcción ideológica inmunitaria. Una de las herramientas propagandísticas más importantes de la historia. Para Norman Filkenstein, "el despliegue del Holocausto ha permitido que una de las potencias militares más temibles del mundo, con un espantoso historial en el campo de los derechos humanos, se haya convertida a sí misma en Estado 'víctima'…Esta engañosa victimización produce considerables dividendos, en concreto, la inmunidad a la crítica, aun cuando esté más que justificada". En definitiva, se trata de instrumentalizar la memoria del holocausto para construir una industria del Holocausto que sirva para defender unos intereses concretos que permiten a Israel manejarse con impunidad.

El año 1967 es muy importante para entender esta nueva forma ideológica de usar el sufrimiento como justificación para vacunarse contra los adversarios ideológicos. La guerra de los Seis Días y la victoria incontestable de Israel contra los países árabes sirvió a la población judía en EEUU para ofrecer sus servicios al poder americano como un socio imprescindible en la zona. El holocausto judío, que había pasado desapercibido como evento histórico en EEUU, se convirtió en omnipresente. Sirva como para dato para comprender el silencio generalizado sobre la Shoah después de la Segunda Guerra Mundial que cuando Hannah Arendt escribió "Eichmann en Jerusalém" en 1963 solo encontró dos referencias en inglés sobre el holocausto judío. Solo dos en 18 años. El Holocausto, en mayúscula, surgió como relato justo después de que Israel aplastara a los países árabes en una guerra y ocupara buena parte de los territorios palestinos. Surgió como escudo para justificar sus abusos.

El Holocausto, en mayúscula, operaba como una identidad invulnerable. Una identidad histórica basada en convertirse en el estereotipo de víctima suprema. No hay nada como la Shoah, que alcanza el dogma de singularidad; no hay otras víctimas asimilables a las judías en el genocidio nazi, y por ende, eso les otorga el estatus del paradigma identitario de la cultura de la victimización. No hubo otras víctimas en el holocausto, ni gitanos, ni comunistas ni discapacitados, para el relato del Holocausto. Por eso el número de víctimas repetido siempre se refiere únicamente a las judías segregando el resto. Ser un pueblo víctima de un genocidio singular e incomparable otorga un capital moral inmunizante. Si no hay nada equiparable en la historia a la Shoah no hay víctima equiparable a la población judía y eso la convierte en objeto de un odio irracional que dirige cualquier crítica a todo aquello que haga cualquier judío y el Estado de Israel como representación concreta del pueblo judío. Para Filkenstein este constructo operaba a la ofensiva, como arma arrojadiza: "El Holocausto pasó a desempeñar una función fundamental en esta ofensiva ideológica. Es evidente que evocar a la persecución histórica de los judíos servía para desviar toda crítica presente… Se rechazaba la posibilidad de que el talante con que se veía a los judíos pudiera basarse en conflictos de intereses reales. Invocar el Holocausto era una estratagema para deslegitimar toda crítica a los judíos puesto que dicha crítica solo podía derivar de un odio patológico".

El capital moral del Holocausto como víctima incomparable otorga a Israel la capacidad de actuar de cualquier manera, por cruel que sea, ante otras naciones por el sufrimiento pasado. Es una coartada imbatible, el trauma por ese sufrimiento les hace defenderse violentamente para no convertirse nuevamente en pasto de ese odio antisemita histórico. Todo ataque, cualquier ataque, toda crítica, cualquier crítica, está guiada por un odio irracional y por lo tanto incomprensible. Todo se explica de manera simple y directa, para Cynthia Ozick las críticas a Israel se reducen a: "El mundo quiere eliminar a los judíos…el mundo siempre ha querido eliminar a los judíos". Ese relato propagandístico otorga a Israel una bula completa sobre sus actuaciones y la capacidad para hacer cualquier cosa que consideren para defenderse de la intención homicida de cualquier individuo, nación u organización que critique a Israel. Entendido de esta manera, los crímenes de guerra y la tortura están justificados para defenderse de la intención exterminadora del mundo.

Esta concepción propagandística del Holocausto como justificación de cualquier actuación ofensiva siempre será entendida como defensiva. La Shoah como bula. Si ocupas un territorio ajeno y esa población se defiende se convierte en agresora en vez de víctima de la ocupación. Palestina es el agresor por el simple hecho de existir, por estar donde Israel desea estar. Norman Filkenstein lo explica así: "Después de los terribles ataques lanzados por Israel contra el Líbano en 1996, que culminaron con la masacre de más de un centenar de civiles en Qana, el columinista de Haaretz Ari Shavit comentaba que Israel había podido actuar con impunidad porque tiene “la liga antidifamación[…] y el Yad Vashem y el museo del Holocausto".

La acusación de antisemita cuando se denuncian los crímenes de guerra de Israel es el reconocimiento de su fracaso moral, la aceptación efectiva de que su comportamiento es tan inhumano y carece de defensa racional que solo les queda apelar a un odio ancestral para intentar mitigar cualquier crítica a la política genocida sionista del Estado de Israel. La población judía fue víctima del holocausto, pero los palestinos son la víctima del Holocausto.