Andan los defensores de la meritocracia preocupados porque el negocio de la concertada en España ha quedado fuera de la partida millonaria de reconstrucción por el COVID-19. Así son los negocios, a veces se gana y otras se pierde. Y la concertada es un negocio millonario que se basa en distinguirse de los pobres. Sí, sé que existe una minoría de centros concertados que funcionan sin pagar, sin discriminar a alumnos, en barrios obreros donde no hay suficiente oferta pública. Una minoría que no representa el inmenso negocio de la distinción que es la educación concertada, el negocio de los mecanismos de elusión del conflicto que muchas familias usan para no juntar a sus hijos con lo que sienten como morralla.

Pagar por una concertada puede librar a sus hijos de juntarse con inmigrantes, pues se cumple el sueño de la clase media aspiracional que aportando una cuota voluntaria puede cribar la presencia en la escuela de sus hijos de inmigrantes y pobres. El racismo y el clasismo de baja intensidad se une a la certeza de que pagan por asegurar a sus hijos unas condiciones más higiénicas, con ratios más aceptables y un entorno más saludable para que puedan desarrollar su mérito y triunfar mediante la cultura del esfuerzo.

La segregación racial que se hace en la escuela concertada es encubierta, pero efectiva. Para ello se dota de unas herramientas muy sencillas y que sirven para evitarse tener a un alumnado que por sus características culturales otorga una serie de dificultades extras para los centros. Los centros concertados suelen tener educación infantil de cero a tres años, que es privada de forma íntegra y que ya proporciona una clientela de clase media alta que elimina una alta proporción de clientela no deseada. Ese primer filtro les permite establecer baremos que premian a los alumnos que ya han estudiado en la educación infantil en el centro o que han tenido familiares que lo hayan hecho. Eso permite además que los centros concertados realicen otro de los procesos de exclusión, que es el de selección del alumnado. Tienen la potestad para elegir qué alumnos aceptan y cuáles no por razones académicas, algo que obviamente la pública no puede realizar.

La educación concertada lleva en muchas casos implícita una serie de gastos muy caros: uniformes, actividades complementarias, pagos opacos y encubiertos, servicio médico, gabinete psicológico y comedores de una calidad y precio muy superior al de la educación pública

Por último está el filtro más importante, el económico, las denominadas aportaciones voluntarias que tienen de voluntarias lo que la concertada de pública, el nombre. Unas cuotas tan voluntarias que fueron cobradas en plena pandemia a pesar de no haber clases presenciales. Las aportaciones voluntarias se convierten en obligatorias de manera muy sencilla. Se organizan horarios partidos con las jornadas obligatorias para que el alumno que no haya pagado se quede la hora de la clase complementaria sin participar o sin vigilancia. ¿Qué padre que ha metido a su hijo en la concertada va a permitir que se quede marginado por no pagar?

Ni que decir tiene que la mayor parte de la educación concertada, sobre todo los católicos de alto nivel, están situados en zonas con un alto poder adquisitivo, con lo que su simple ubicación es una manera de cribar el alumnado pobre e inmigrante. La educación concertada lleva en muchas casos implícita una serie de gastos muy caros: uniformes, actividades complementarias, pagos opacos y encubiertos, servicio médico, gabinete psicológico y comedores de una calidad y precio muy superior al de la educación pública. Que alguien explique la razón por la que un servicio médico y psicológico no lo merecen los estudiantes de la pública, si es que la concertada forma parte de la educación pública y no privada. ¿Los niños pobres sufren menos? ¿Tienen menos ansiedad? ¿Se caen menos en el patio? Y luego el Bachillerato, la educación a partir de los 16 años es totalmente privada y el negocio es muy jugoso. Pocos padres separan a sus hijos de sus compañeros después de la educación secundaria para que estudien el Bachillerato en una pública. Un negocio redondo.

Existen muchas estadísticas que muestran cómo la escuela concertada segrega a los alumnos inmigrantes y pobres, solo el 7,5% de los alumnos más desfavorecidos estudian en concertada o privada. Hay manera de comprobarlo muy evidente. Acudan a un centro concertado a la entrada de clase y busquen estudiantes magrebíes, negros o sudamericanos. Hagan la prueba. Y luego acudan al centro público más cercano.

La distinción de Bourdieu. Eso es lo que mueve el negocio de la concertada. Distinguir a tu hijo del vecino más pobre, del vecino moro, del vecino negro. Es fácil identificar ese habitus de los quiero y no puedo habiendo estudiado en un colegio púbico de la periferia a doscientos metros de un colegio concertado. Se los distinguía porque iban con un chándal que permitía reconocer a los niños bien de un barrio obrero. Un puto chándal de táctel, pagaban por distinguir a sus hijos con un chándal del Quemor a precio de uno de Nike que permitía cribar a los que no podían pagar para llevarlo. Pagan para distinguirse, pues paguen más. Serán más distinguidos.