Cerca de casa hay un grafitti que dice en letras grandes, desordenadas y poco talentosas: "Vivimos en una sociedad", sin más, sin epítetos. A veces cuando paso al lado me sonrío pensando en el grafitero huyendo de la policía y dejando a medias la frase que tenía pensada, otras pienso en una persona con escasa capacidad que consideraba relevante dejar negro sobre piedra semejante perogrullada, pero otras veces creo que es un ejercicio de brillantez concreta. Recuerdo el grafitti a menudo cuando una situación me parece abrumadoramente obvia y al expresarla me siento un tanto ridículo. Pero es que estos días de confinamiento creo que hay pocas cosas más sencillas, directas y reales que sirvan para responder a cualquier polémica gratuita que esa pintada cerca de mi casa.

Estos días me ha vuelto a la cabeza la frase cuando multitud de individuos han bramado escandalizados porque habían visto algunas fotos en redes sociales de gente con sus niños por primera vez desde que se les ha permitido hacerlo tras el estado de alarma. Envidiosos de alféizar incapaces de disfrutar con la felicidad ajena, con la risa alborozada de un niño cuando recupera una sensación prohibida desde hace cuarenta y cinco días. No existe una conciencia colectiva ni un interés por el bien común en el que grita y se queja por la salida de niños a corretear con ilusión renovada por las calles, es solo un miedo egoísta porque pueden hacer lo que ellos no tienen permitido. Una carencia de solidaridad que marca la división surgida en esta pandemia, entre aquellos que sonríen al ver a un niño corretear frente los que gritan desde su ventana.

Uno de los pocos autores que ha conseguido evadirme del ruido ha sido Adam Zagajewski con sus relatos de solidaridad y soledad. Procuro leer a aquellos que sufrieron los errores en el pasado de la ideología que mejor me representa para aprender y fiscalizar a los míos en el presente. Zagajewski se convirtió en refugiado y fue censurado por los dirigente de la URSS, por eso su obra es propicia, por haber sido encerrada, para leerla en una época de confinamiento obligado. Una literatura enjaulada sirve para comprender las emociones que surgen en un encierro, para mirar hacia dentro y poner palabras a lo que sientes e ignorar a los que odian. El autor polaco ilumina para entender por qué desde lo humano, pero sin envidiar, puedes sentir desazón al asomarte a la ventana sin poder hacer algo tan cotidiano como pasear por tu propia calle, por la propia elección: "Es posible desear una soledad relativa, moderada. Uno puede querer cerrar la puerta cuando tiene demasiadas visitas, pero si nadie nos viene a ver, podemos dejarla abierta de par en par".

Mirando desde la ventana a los niños sigue pasando el tiempo. Dentro de poco podremos salir con relativa normalidad, para Zagajewski existen diversas maneras de salir de una casa de servidumbre como la que ha sido nuestro confinamiento. La primera, en procesión rabiosa, con cánticos llenos de ira e himnos vengativos y persiguiendo a los perseguidores, la otra, la que elegiré, es mirando de frente al sol matutino, con ropa de deporte y un libro de poesía entre las manos.