Las casas reales mantienen su privilegio por razones hemodinámicas y de transferencia genética. Su sangre determina la sucesión mientras se mantiene en su interior, solo cuando se desborda sobre el artilugio de Guillotin acaba su posición. Pero existen casas reales sobrevenidas de carácter hemorrágico, aquellas que se consolidan por el derramamiento de sangre ajena, de adversarios políticos, demócratas y gente decente. Los Franco son una de estas últimas. Una familia que no tiene más mérito en la vida que administrar los restos de un genocidio. Chupasangres que se han perpetuado en democracia con el parasitismo como valor supremo.

Francis Franco ha estado estos días dando pena por las televisiones. Más de la habitual. Con los ojos cansados por el shock que le supone ser consciente de la pérdida de un favor que le vino regalado narra las vicisitudes de la familia ante el trasiego de su abuelo. El pobre mísero se queja apesadumbrado de que no le han dejado poner una bandera fascista sobre el féretro del sátrapa, se queja de que el ataúd irá desnudo mientras desfilará entre miles de cajas de madera de sus víctimas, sin nombre, despojadas de memoria. Narra cómo los hombres de la familia -los hombres- van a hacer relevos para llevar el féretro porque hay muchos escalones. Es lo más cerca que han estado de trabajar en cuarenta años y sus manos de prole aburguesada no aguantan un corto trasiego con el peso de varios kilos de madera, zinc y cenizas de asesino.

Narra en su periplo patético que el Gobierno les ha quitado los móviles para que no puedan sacar fotografías. Una decisión que da buena cuenta de la calaña de la estirpe, tiene que ser el Gobierno el que proteja la intimidad del acto de ellos mismos. No sería la primera vez que una foto de la pornografía de su intimidad acaba en las páginas cuché para engordar las arcas de algún ilustre miembro de los Franco. Ni cotiza que la foto de la momia hubiera acabado vendida en el Hola o en el Sálvame Banana por algún vividor de la prole. No conocen más lealtad que la que les proporciona réditos en la cuenta.

Van a ser 22 miembros de esta descendencia parásita los que acudan a exhumar y reinhumar lo que quede del cadáver del dictador. Estas familias tienen poco que hacer y son bastante prolíficas expandiéndose como virus. Pueden dar gracias de la generosidad que sus víctimas han tenido permitiéndoles vivir en paz con el fruto de los crímenes del abuelo. Que oren a dios bendecidos porque la historia les haya reservado un lugar diferente a una gasolinera de la Esso. Ya va siendo hora de rendir cuentas como sus predecesores fascistas, aunque esta vez sea ante la democracia y el estado de derecho. Sin turbamultas pero con memoria, justicia y reparación.

Hace no mucho una desclasada defensora de estas proles me dijo que no tenía ningún problema con llevar a la momia a otro sitio, pero que después no nos íbamos a contentar e iríamos a por más. Qué razón tiene con esa confesión involuntaria de sus miedos y quebrantos. Ahora a por el patrimonio, a por el de este sucedáneo de realeza y a por el de todos aquellos que hicieron su fortuna al calor de sus crímenes. Hemos comenzado el camino de la dignidad, no vamos a parar ahora.