Raffaella Carrà sonando estos días en la sede de Ferraz aclamando a Pedro con la clá de la militancia es el antagónico del Via Triumphalis romano en el que el esclavo le decía al general triunfador entrando en Roma que mirara atrás y le recordara que solo era un hombre. La incertidumbre y el agobio de todo el PSOE ante la posibilidad de que Pedro Sánchez dimitiera llevó al partido a un estrés emocional que los llevó a cometer errores propios de la falta de análisis racional ante la situación. No pensaron con claridad y no tenían estrategia a largo plazo. El Partido Socialista hizo evidente que ahora mismo no es nada sin Pedro Sánchez y que lo necesita hasta rogar porque está sometido a un liderazgo absorbente carente de controles delegados. Los cinco días de abril en los que Pedro Sánchez obligó al país a tensionarse no han sido una buena noticia para nadie. Las motivaciones por las que el presidente decidió publicar esa carta quedan en un segundo plano después de ver cómo gestionó el propio presidente la crisis autoinfligida. Lo más importante no es si de verdad tuvo una crisis personal o se debe a un cálculo político, sino cuál es el análisis que debemos sacar de la manera en la que Pedro Sánchez actuó durante esta semana y cuáles son las concreciones políticas que este periodo ha creado en la sociedad.

Es anómalo y muy peligroso que un presidente con una crisis emocional y existencial decidiera no delegar en nadie y asumir que su autopercepción es tan importante como para dejar sin información para manejar su futuro a todo un partido centenario, pero también a un Gobierno, un electorado y un país. Empatizar con una crisis emocional no puede llevarnos a exonerar de responsabilidad a quien cuando tiene un episodio de ese tipo no cree conveniente compartir con un grupo o colectivo el devenir de una nación. No es una buena noticia trasladar que el país está dirigido por una persona que, cuando no se encuentra emocionalmente estable, considera que no debe delegar responsabilidades en nadie. Eso, independientemente de las motivaciones esgrimidas en la carta y las denuncias que allí introdujo, no es propio de una gobernanza sana y el equilibrio de poder mínimo aceptable para nuestro Ejecutivo.

El PSOE tiene un problema con el hiperliderazgo de Pedro Sánchez y la manera en la que su secretario general ha actuado. El líder socialista se ha comportado con sus compañeros y compañeras de una forma cruel, llevándolos a una situación de estrés emocional impropia para quien siente un mínimo de empatía con el dolor ajeno. El presidente ha estado mirando a sus propias emociones sin considerar cómo afectaría su comportamiento a su propia gente. Pedro Sánchez declaró en las entrevistas posteriores a su decisión que ya había tomado la decisión de continuar el sábado por la noche y que no consultó ni siquiera con su esposa la publicación de la carta. A pesar de ello, no consideró que tenía que compartir esa decisión para aliviar a su equipo más próximo y siguió tensionando la situación un día más. Una actitud solo comprensible desde la falta de empatía y, con cierto sadismo ante el bienestar de gente que estaba sufriendo, porque a los periodistas nos consta que lo estaban pasando mal. Muy mal. Porque nos lo decían.

Los hiperliderazgos en nuestro pasado político presente han resultado catastróficos para los partidos, si bien es cierto que no tenían la historia, el músculo militante y la estructura organizativa del PSOE, todo es preceptivo de degenerar. Los liderazgos excesivos en los nuevos partidos como Ciudadanos o Podemos han sepultado a las formaciones cuando Pablo Iglesias y Albert Rivera dejaron la organización. La identificación absoluta del partido con la persona hace imposible la supervivencia efectiva de la formación con liderazgos menos carismáticos. El PSOE tiene más de 100 años de historia, pero no existen pocos ejemplos de partidos que con ese mismo legado son residuales en otros países de Europa por crisis similares. No conviene delegar en la historia como salvaguarda para protegerse de los errores contemporáneos. No hay nada demasiado grande para caer.

Lo cierto es que el único capital político que Pedro Sánchez parece poseer, o con el que mejor funciona, es como el mejor adversario antagonista ante la amenaza de la extrema derecha. Su liderazgo no funciona bien de manera propositiva, como agente activo de acción política, pero se crece, y se presenta como fiable ante la ciudadanía, como el mejor elemento posible sobre el que aglutinar el miedo a que los ultras lleguen al poder. Es por ello que, de vez en cuando, parece tener que recordar cuál es el peligro al otro lado del muro y demostrar qué pasaría si su liderazgo no estuviera. Se siente con la necesidad de hacer sentir orfandad, de demostrar que puede no estar, para volver a aglutinar detrás de sí a todas las huestes. Pedro Sánchez solo ejerce de manera eficiente en situación de emergencia porque solo así resulta creíble para un electorado que trasciende a su militancia.

Los liderazgos exuberantes, excesivos y grandilocuentes han sido criticados en la historia hasta por aquellos que han tenido los más agresivos y tóxicos en sus filas. La militancia del PSOE y sus cargos medios y dirigentes tendrían que tener como manual de supervivencia el informe secreto de Kruschev al PCUS en el año 1956 en el que se realizaba una autocrítica por la actitud del partido ante el liderazgo de Iosif Stalin. En el texto, que sirve para cualquier formación política, se desgranaban los pecados ideológicos que habían cometido en el comunismo al ceder a la tentación de la adulación del "jefe genial" provocando una disociación con los preceptos fundamentales de la teoría marxista al confundirla con la interpretación personalista que de ella hacía el líder. Se producía así una tergiversación de la libertad y unos límites analíticos al dejarlos sometidos al talento de una sola persona. El problema de la confianza en el "jefe genial" y sus artes en la política hacían que se produjera una homogeneización del pensamiento a través de múltiples aduladores que promovían el engaño y un falso optimismo con cada actuación del líder que implicaba en múltiples ocasiones que una decisión errónea del líder llevara detrás a todo el partido sin capacidad para revertir el camino.

El PSOE ahora tiene que actuar detrás de la decisión de Pedro Sánchez sin ningún tipo de contrapeso para haber modulado su comportamiento a su decisión. Si Pedro Sánchez se ha equivocado lo ha hecho de manera individual, pero los perjuicios serán colectivos, si las decisiones no se toman de manera colegiada no hay ningún tipo de posibilidad de alejarse del foco para mirar con perspectiva. Nadie pudo decirle al presidente que se equivocaba porque nadie pudo acercarse siquiera a expresar alguna objeción a su comportamiento y ahora todos tienen que asumir las consecuencias de su decisión sin saber si son las adecuadas o, al menos, son las deseadas.

Si bien es cierto que la dimisión de Pedro Sánchez mandaba un mensaje terrible para la democracia al ver cómo se doblega un proyecto político por la vía del ataque personal y hubiera provocado al partido una situación traumática, mirando la situación con la perspectiva que nos da la distancia, y los errores cometidos en la gestión de estos cinco días, el PSOE podría haber aprovechado la oportunidad para generar una nueva dinámica que detuviera el desgaste que está sufriendo Pedro Sánchez, renovar el partido, dar un golpe en la mesa y quitar a la oposición su única razón de ser. La derecha de este país tiene como único elemento de oposición la crítica desmedida a Pedro Sánchez, al sanchismo, no tienen otra manera de canalizar su antagonismo y con la salida del presidente habrían perdida su razón política. Se hubieran quedado tan desahuciados como la militancia del PSOE, pero sin posibilidad de reelaborar una estrategia creíble en el poco tiempo de legislatura. Los socialistas tienen que abandonar el culto al líder y hacerse una pregunta que trascienda al presidente del Gobierno. ¿Qué hubiera pasado si Pedro Sánchez, después de mostrar su debilidad, hubiera completado el martirio y hubiera dejado su puesto a una mujer postulante para una investidura que la convirtiera en la primera mujer presidenta del Gobierno?