Hay una política de gestión de la pandemia que asume un mayor número de muertos con tal de que la economía no sufra más. Tendríamos que tenerlo claro y que quien lo defiende sea honesto y salga a la opinión pública con claridad para exponer sus convicciones y razonamientos. Pero no, obviamente nadie en Madrid, que es el paradigma de la gestión maltusiana de la crisis del COVID, va a reconocer tal aberración humanitaria. El ideograma de "salvar la Navidad" es el último exponente de esta manera de afrontar la crisis. Hacer la contrario de lo que aconseja la evidencia epidemiológica y mirar para otro lado.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, preguntado por las aglomeraciones en el centro de Madrid durante el fin de semana aseguró que no son mayores que las de otro año. Es que ese es el problema, que son las mismas que otro año pero con una pandemia que se ha llevado por delante a 3.000 madrileños en los últimos tres meses. El aclamado alcalde durante los momentos de la pandemia en los que no tuvo nada que decidir está mostrando su ineptitud cuando las decisiones le tocan a él. Su ayuntamiento pone luces en el centro para que la gente acuda a verlas y promover la compra para vivir la Navidad con normalidad, pero cuando le cuestionan porque haya tantas aglomeraciones pide a los madrileños que solo vayan cuando sea imprescindible. Actuar en una dirección y hablar en la contraria.

No conozco a nadie que vaya al Primor del centro de Madrid o a hacerse fotos dentro del árbol de Navidad iluminado para subir el selfie a Instagram que pueda considerar que su actividad sea imprescindible. Las personas van a ver las luces como una actividad de ocio, banal, totalmente prescindible. Todos entienden que el acto de poner las luces de navidad en el centro es para atraer a la gente y animarla a consumir en uno de los actos más prescindibles del ser humano. A no ser que estemos hablando de los intereses comerciales de El Corte Inglés de Preciados que vive junto a la cooperación pública de Almeida de convertir en imprescindible en plena pandemia acudir a mirar un perfume para el abuelo, por si llega a Nochebuena.

Las luces no se ponen para que vayan las polillas. Se ponen para que todo el mundo acuda a verlas y consuma un chocolate con churros mientras mira los juguetes para los niños. Eso crea aglomeraciones, por eso no se instaló Cortylandia, aunque ahora ya no se comprende viendo la gestión navideña de Almeida y Villacís e igual todavía están a tiempo de poner en marcha los muñequitos. En el verano la vicealcaldesa inauguró las terrazas cortando una cinta y pidiendo a los madrileños que salieran a consumir y hacer su vida normal. De aquellas ocurrencias estamos viendo las consecuencias en estos momentos, noviembre ya es el segundo mes con mas muertes de toda la pandemia.

Llega la navidad. Se produce el momento de mayor peligro para la pandemia que hemos vivido desde que se declaró en marzo. Alta movilidad, lugares cerrados por las frías temperaturas, aglomeraciones, reuniones familiares donde el alcohol es uno de los elementos predominantes y unión de burbujas de no convivientes. El caldo de cultivo perfecto para que el virus se extienda sin medida. En Canadá, un solo día, el de acción de gracias, ha triplicado la incidencia del virus. Pues vienen tres semanas de acciones de gracia. En un momento en el que la lógica de actuación y la evidencia científica aconsejan aumentar las restricciones para que el virus no convierta la tercera ola en la más dramática de la pandemia estamos actuando en la dirección contraria; poniendo luces como trampa para cazar más polillas. Caeremos como moscas.