Yo quería hablar de lamisa a la que acudió Pablo Casado en la catedral de Granada y Spotify, caprichoso, decide ponerme 'Demons' de The National de forma aleatoria. Jesusito de mi vida, qué miedo. Pero hablemos de Casado y su enésima semana de catastróficas desdichas.

En este patinazo del líder de la oposición, yo voy en su equipo. Quizá porque siempre he pensado que Casado es un buen tipo, o al menos lo parece. Con la maldad justa, que es escasa. Un 'agradaor' con mala pata. Porque aunque Cayetana Álvarez de Toledo diga de él en su libro que es un "bienqueda con miedos" como adjetivo descalificativo, también puede decirlo de mí.

A muchos les extrañará que un señor de menos de 50 años no tenga otra cosa mejor que hacer un sábado por la tarde que ir a misa. Esos que llevan sin ir a una iglesia desde que hicieron la comunión o les tocó aguantar el funeral del abuelo. Ateos, desganados, tertulianos de la vida, atónitos ante semejante 'marcianada'. En cambio yo, católica practicante y sector crítico, pienso que es el mejor plan.

Quizá porque a Casado, como a mí, los 40 minutos que suele durar una misa ordinaria es el único momento de silencio de la semana, en el que huele a incienso, a colonia recién echada. Eres tú, Casado, como yo soy Caballero. No eres hijo de, marido de, presidente de, líder de.

Nadie se acerca a echarte la bronca ni a decirte lo guapo que eres, y con tener echado el ojo al sacerdote adecuado, sales con oxígeno en el cuerpo, en cierta paz con todo el mundo, te han perdonado las ofensas como tú has perdonado a todos los que te ofenden. Y encima ahora, en el momento de la paz, no te toca besar y abrazar a desconocidos. Todo cuadra y todo suena bien en esos 2.400 segundos. Ni las encuestas ni los congresos. Puedes ir en paz y le das gracias al Señor. Qué poco pesa el cuerpo al salir del templo.

Casado fue a misa el 20 de noviembre y la cosa le salió regular. Pero después de la racha que lleva, no seré yo quien le reproche ni quien le acuse de tenerlo todo perfectamente calculado. Si en el momento de recordar a los difuntos se recordó a los difuntos en general y a Francisco y José Antonio en particular, quizá ni lo notara. En esa parte de la celebración, que ocurre en el último tercio, a veces tiene uno la cabeza en otra parte, a no ser que haya hecho lo que haré el 16 de enero, cuando le pida a mi párroco que mencione a Manuel, porque hará cinco años que me quedé sin padre.

O quizá si lo notó, pero ya era tarde, señora, que cantaba la Jurado. Y como nos pasa a los bienqueda, haces todo lo posible por no dar la nota, obedeces a la inercia que domina tu cuerpo y tu mente, te haces una foto con la chavalería que te ha reconocido, sales con paso ligero de la catedral pero que no se note que corres, que es de cobardes.

Te vas y piensas: con un poco de suerte no me han visto, cómo iba a saber yo quiénes eran Francisco y José Antonio, podían ser vecinos de Granada, ¿siguen bautizando niños con esos nombres?, y de todos modos, ¿acaso no somos todos hijos de Dios y hay que pedir por todas las almas, por muy malvadas que fueran?

Y me imagino a Casado, diciéndose a sí mismo el ¡qué follón! de Juan Cuesta en 'Aquí no hay quien viva', cuando le dijeron que la Fundación Francisco Franco (¿cómo es posible que siga existiendo?) había sacado un comunicado. El corazón latiendo, la tensión arterial por las nubes, la boca seca, un bienqueda reticente al abismo. Una nota en la que le agradecen que haya acudido a rezar por un "cristiano ejemplar". Ahora es mi tensión arterial la que se dispara.

Piensa en la parte de su electorado que no lo verá con malos ojos, otra parte a la que le dará igual y una que lamentará el annus horribilis que lleva. Leerá y escuchará, porque no le queda más remedio, las críticas feroces de los que nunca van a votarle. La próxima vez que esté fuera de casa promete relajarse en el cine.