David Grann

Traductora: Sandra Caula

Editorial: Big Sur

Año de publicación original: 2015

Es difícil explicar qué hacía exactamente un yanqui en plena Revolución cubana. Cómo un adolescente problemático del Medio Oeste americano, hijo de una familia acomodada, pudo morir a manos de los mismos hombres a los que cuatro años antes llamaba camaradas. Pero como si de una novela de Ernest Hemingway se tratase, la vida de William Alexander Morgan estuvo llena de aventuras y un idealismo que casaba mejor con Lincoln que con Lenin.

David Grann es uno de los mejores cronistas históricos de Estados Unidos. En El comandante yanqui recorre de nuevo la Sierra Madre y Escambray para narrar los hechos que llevaron a un norteamericano a combatir del lado de Fidel Castro y el Che Guevara. Una alianza tan atípica como efímera, que dejó un puñado de anécdotas imposibles y un final trágico.

De James Dean a Marx

Es complicado trazar un perfil psicológico de Morgan. De delincuente juvenil a marine de los Estados Unidos, para más tarde convertirse en colaborador de la mafia y libertador del pueblo cubano. Grann trata de precisar en qué momento los intereses de aquel chico que deseaba unirse al ejército, cuando todavía era menor de edad, se mezclaron realmente con los del ideario comunista.

Cuando por fin consigue entrar al ejército, la II Guerra Mundial acaba de terminar. A los 18 años es destinado a Japón. Le detienen cuando intenta salir del cuartel sin permiso inmovilizando y robando el arma a uno de sus compañeros. Un consejo de guerra le condena a cinco años de prisión.

Aprovechando sus visitas a Cuba, Morgan vende armas a los rebeldes que empiezan a organizarse en Sierra Madre

En 1950 regresa a casa y se traslada a Florida, donde empieza a trabajar para Meyer Lansky, un gánster judío. Lansky mantiene relaciones comerciales con Fulgencio Batista, el dictador cubano que mantenía la isla bajo el rictus de la sangre y los contactos con el mundo del crimen organizado. Cuba se había convertido en una república bananera al servicio de los burdeles y casinos que copaban la isla como diversión para los turistas yanquis.

Es en ese momento en el que los negocios de Morgan pasan a otros menesteres. Aprovechando sus visitas a Cuba, vende armas a los rebeldes que empiezan a organizarse en Sierra Madre. Grann apunta que el padre de Morgan culpaba de su huida a Cuba al escapismo de las responsabilidades del hogar, aunque los informes de la CIA hacia 1957 eran concluyentes: estaba allí por su cuenta.

Un yanqui en Sierra Madre

En 1957, Morgan llega a Sierra Madre. El camino no es sencillo y durante todo el trayecto, el norteamericano viste un traje caro que le sirve de salvoconducto. Cada vez que los guardias de Batista le paran en su ascenso al campamento de los rebeldes responde lo mismo: es un empresario norteamericano que se dirige a ver una plantaciones.

Enseña tácticas de guerrilla, a tender trampas y mejora la lucha cuerpo a cuerpo, pero Morgan no termina de encajar

Cuando por fin llega junto a los revolucionarios, su aspecto contrasta con los uniformes desgastados de sus compañeros. Parece más un turista entre aquellos jóvenes que malviven en la selva. Su primer contacto es con Eloy Gutiérrez Menoyo, un republicano español que lucha junto a Castro en Sierra Madre. En los siguientes días los conocimientos adquiridos en la marina se convierten en su pasaporte para ascender entre los hombres de Fidel.

Enseña tácticas de guerrilla, a tender trampas y a mejorar la lucha cuerpo a cuerpo. Gracias a él, en pocos meses, el Segundo Frente, dirigido por Menoyo en Escambray, se convierte en una fuerza de choque capaz de resistir cada vez mejor las incursiones de los hombres de Batista. Pero sigue habiendo suspicacias y Morgan no termina de encajar con hombres fuertes dentro de la Revolución como Raúl Castro, hermano de Fidel y el propio Che Guevara.

Muertos vivientes y anticomunistas

Son años en los que Castro responde en entrevistas a medios internacionales que su intención es la de establecer una democracia parlamentaria. Grann recoge informes, desclasificados recientemente, que llega a afirmar que los directivos de la CIA eran "partidarios de Castro", que no había declarado todavía sus convicciones comunistas. Es posible pensar que Morgan tampoco supiese de dichas intenciones, aunque tampoco resulte muy creíble.

Es posible pensar que Morgan no supiese de las intenciones comunistas de la Revolución, aunque suene poco creíble

La inteligencia americana recibe un cable urgente en 1959 que asegura que Morgan ha muerto. Lejos de generar caos y confusión, la noticia le convierte en un héroe de la Revolución cuando regresa de entre los muertos. Se casa en secreto con Olga Rodríguez, la primera mujer que se unió a los hombres de Castro. Ambos posan para las cámaras a finales de año pertrechados con sus uniformes verdes, armas en ristre y la sierra a sus espaldas.

Cuando Batista huye del país, los hombres de Castro entran en La Habana, pero la Revolución no ha terminado. Washington intenta convencerle para que se una a los intereses de la CIA. Morgan consigue entrar en contacto con grupos contrarrevolucionarios financiados por Trujillo, el sangriento dictador de República Dominicana. Pero hace de agente doble y consigue tenderles una trampa para quedarse con el dinero y las armas y se las entrega a Castro.

Ranas y fusilamientos

Con Castro en el poder, Morgan rechaza cualquier cargo político y decide dedicarse por entero a la creación de granjas de ranas, muy apreciadas por su carne y por su piel. Se estima que consigue dar de comer a unos 2.000 campesinos de la zona y destina parte de los fondos de la contrarrevolución de Trujillo a mejorar las infraestructuras de Escambray, la región en la que vivió durante la Revolución.

En los años siguientes, Morgan se reafirma como anticomunista frente al gobierno de Fidel. De nada sirve la gesta vivida en los montes o contra Trujillo. Cada vez más cercado por la policía secreta cubana es apresado y enviado a La Cabaña, la infame cárcel del castrismo. Allí fue fusilado sin la posibilidad de cumplir su último deseo: volver a hablar cara a cara con Fidel.

El comandante yanqui

David Grann se ha ganado un nombre recuperando hechos históricos, estudiándolos en profundidad, documentándose hasta la extenuación y convirtiendo todo ese conocimiento en una narración apasionante. Lo hizo con La ciudad perdida de Z, sobre la búsqueda de El Dorado. También con Los asesinos de la luna, llevada al cine por Martin Scorsese y recientemente nos ha fascinado con la historia de Los náufragos del Wager, sobre el naufragio en la Patagonia de un buque británico en el siglo XVIII.

En El comandante yanki, pone a contraluz el personaje de Morgan con el de Robert Jordan en Por quién doblas las campanas, de Ernest Hemingway. El estadounidense que lucha en la guerra civil española junto a los republicanos. Un yanqui, como Morgan, aparentemente ajeno a una realidad que nunca sabremos si comprendía realmente.

Grann realiza una labor encomiable de investigación que incluye crónicas, cartas, informes e incluso testimonios de sus protagonistas

Esta crónica trata de arrojar luz sobre unas intenciones de las que nunca sabremos nada más que lo que otros pusieron en su boca. Para ello, Grann realiza una labor encomiable de investigación que incluye crónicas, cartas, informes e incluso testimonios de sus protagonistas.

Es complicado ponernos en la piel de Morgan, más aún convertirle en símbolo o mártir de nada. Agente doble, espía o conspirador, Grann nos presenta esta historia con a veces demasiada complacencia hacia la inteligencia americana o sus largos tentáculos en la isla.

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